jueves, 25 de noviembre de 2010

Periodistas: El silencio colegiado de un gremio influyente

Leonel Laguna, Gustavo Bermúdez, Sergio Simpson,
candidatos a presidente del CPN, durante el III Congreso, en 2009,
cuando salió electo Leonel. (Foto tomada de página del CPN).


Diversos representantes de organizaciones y personas, en su carácter privado, se han expresado acerca del conflicto tico-nica por el río San Juan, coincidiendo en que el afluente pertenece a Nicaragua, reconociendo, por supuesto, que existe controversia, y proponiendo negociaciones para superar la discrepancia.

No me referiré, en particular, al tema (ya expuse mi apreciación sobre los intereses de los políticos inversionistas en relación al litigio). Me llama la atención el silencio de una de las organizaciones que debiese ser de las más importantes del país, pues el gremio es uno de los principales influyentes en la opinión pública.

La mayoría de las instituciones del terruño se han pronunciado oficialmente, aun fomentando la polaridad interna, unos; y llamando a la sensatez otros, con argumentos académicos, jurídicos, diplomáticos, políticos.

Militares, antropólogos, sicólogos, ingenieros navales, hidráulicos, hídricos, ecólogos, religiosos, sociólogos, economistas, marchantes, periodistas, y especialistas en otras disciplinas, han mostrado sus análisis, recomendaciones o propuestas. Tampoco han faltado los oportunistas políticos, que en nombre de la patria buscan continuar recibiendo paga y utilidades del erario.

Sin embargo, el Colegio de Periodistas de Nicaragua (CPN) pareciera que no existe, o en verdad no existe porque no se expresa. Su silencio provoca conjeturas, las mismas por no haber alcanzado un nivel de organización respetable, y reflexiones, las mismas, porque en el seno colegiado no se abordan temas de interés gremial y nacional.

El ambiente grave que vivimos por el río, debió ser analizado por el CPN. Los directivos tienen la potestad de emitir su razonamiento y recomendaciones, podrían haber consultado al colectivo y asesorarse con especialistas en comunicación que son miembros. No debe callar el gremio que escribe información y transmite conceptos y sensaciones.

La valía del periodismo no puede ser demeritada orgánicamente cuando el CPN está facultado por ley del país, en el Capítulo II, inciso c, pues entre sus objetivos está: Defender la libertad de expresión, información y comunicación que establece la Constitución Política de Nicaragua, como derecho de todos los ciudadanos.

Alguien dirá que el CPN nada tiene que defender, pues el periodismo goza de plena libertad de expresión. Allá su apreciación. Sin embargo, la libertad de expresar, informar, y comunicar, está sustentada con bases éticas, y éstas devienen de un concepto académico del ejercicio profesional.

Otros pensarán que, de manera oportunista, relaciono un tema coyuntural con una deficiencia interna de la organización; pero se me ocurrió debido al mutismo del CPN, al ver, leer, y escuchar a quienes mencioné anteriormente.

En el CPN debiese ser permanente la consulta sobre la cotidianidad periodística, en el ejercicio laboral y en la valoración comunicativa de los fenómenos, y así adquirir elementos que permitan contribuir a la reflexión de la sociedad, máxime cuando se presentan conflictos que enervan la trastocada normalidad en la cual vivimos.

Río San Juan nos ha sumergido más en el bochinche, ahora no sólo en el nicaragüense, también en el de Costa Rica, pues los cientos de miles de nicas que habitan allá escuchan informaciones provenientes de acá, los de acá recibimos los mensajes de allá, y la propaganda y las acciones tienden a rompimiento y agresiones.

He leído, escuchado y visto, a nicas y ticos, en un enfrentamiento verbal tenso, de ofensas y amenazas. Seguro alguien piensa que han sido pocos los exabruptos, otros los justifican y alientan en nombre de la soberanía patria. Sin embargo, el malestar existe, el diferendo es real, y las actitudes confrontadoras pueden crecer.

Propuse al CPN que se reuniera con el Colegio de Periodistas de Costa Rica, de tal manera que ambas organizaciones analizaran el comportamiento de la prensa y su membresía, y firmaran una propuesta conjunta a favor de un tratamiento ético a la comunicación, y abogar por la negociación entre gobiernos y las buenas relaciones entre ciudadanos de ambas naciones.

Bueno, ni siquiera la directiva del CPN se ha manifestado en el país sobre la responsabilidad de los medios de comunicación en la veracidad de los hechos y en la emisión de opiniones, menos que vaya a trascender la frontera.

Lo que me extraña, y no comprendo, pues no soy analista, es que el CPN brindó apoyo al periodismo hondureño reprimido por los golpistas, y se reunió con una delegación en la frontera Norte, una acción excelente que desafortunadamente ahora no veo.

A lo mejor el CPN no tiene dinero para las gestiones y el encuentro con colegas ticos, aun cuando el hecho de ausencia de capital sea parte de las limitantes de la organización y no ser constante en sus aportes a la problemática nacional.

En resumen la organización colegiada del periodismo nicaragüense carece de dinero y voz, de reconocimiento como una institución que brindaría aportes sustanciales a la comunicación social, para contribuir a la superación de las múltiples desgracias que mantienen en la miseria a la mayoría de nicaragüenses.

El Colegio de Periodistas de Nicaragua, por tanto no existe, y si late apenas, en la intimidad, le oyen unos cuantos a quienes tampoco les escucha la colectividad, (a propósito de) la patria.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Carlos Fonseca: ¿Qué es un sandinista?

Foto captada en la Casa Cuna de Carlos Fonseca en Matagalpa (Sergio Simpson)


1.- EL revolucionario Sandinista debe evitar la simple "frase revolucionaria", tenemos que acompañar esto con una profunda identificación con los principios revolucionarios.

2.- Sabe vincular la teoría revolucionaria con la práctica concreta en la que actúa, estrecha vinculación con las masas populares, asimilación de la experiencia que se desprende de la práctica de nuestra fuerza combativa.

3.- Debe tener un auténtico espíritu critico, ya que tal espíritu de crítica constructiva le da consistencia mayor a la unidad y contribuye a su fortalecimiento y continuidad, entendiéndose que una critica mal entendida que expone la unidad, pierde su sentido revolucionario y adquiere un carácter reaccionario.

4.- Posee, ante todo, modestia revolucionaria. Esta es una cualidad que tiene más importancia de lo que a primera vista puede parecer. La modestia facilita, quizá en muchos casos decisivamente, la vida colectiva, la actividad de un conjunto de personas.

5.- La conciencia colectiva, la conciencia de que es la energía de un conjunto de hombres lo que integra la vanguardia, es imprescindible en el espíritu militante. Ese espíritu colectivista, que lo sustenta la modestia, debe convertirse en una pasión en el militante Revolucionario.

6.- El Revolucionario nunca olvida el título que ostentan los combatientes Sandinistas: HERMANO. Esto tampoco es opuesto al empleo de la energía y el rigor, tan necesario en la vida dura clandestina y guerrillera. De lo que se trata es de ser enérgico y riguroso sin olvidar el respeto, la sinceridad, la fraternidad.

7.- En cualquier lugar que esté, debe estar relacionado en alguna medida con la vida del Pueblo Trabajador.

8.- Sabe que la corrección ideológica no vale nada sin una consecuente conducta práctica, pero una conducta práctica positiva es insuficiente si no está acompañada de una definición ideológica revolucionaria.

9.- Sabe que sólo vinculación intensa con los trabajadores contribuye a su verdadera educación política.

10.- Practica una política de paciencia y serenidad, evitando que ésta se convierta en una política de indulgencia. Ser paciente sin ser indulgente, sin pasar por alto las distintas violaciones a los principios.

11.- El revolucionario Sandinista no puede proponerse solamente enseñar a las masas populares, sino que al mismo tiempo debe aprender y saber ser discípulo de las masas populares. Que todos sus pasos lleven la marca del carácter de nuestro pueblo.

12.- Hay cuestiones que molestan en lo personal, pero nuestra obligación es subordinarlo todo a los intereses de la causa Sandinista, a los intereses del subyugado pueblo nicaragüense, a los intereses de los explotados y oprimidos de Nicaragua.

13.- Sabe ayudarle a sus compañeros a que reconozcan sus fallas, sus debilidades. Pero debe entender que un Sandinista no va a ser comprensivo por tácticas, por simple conveniencia, sino porque así lo exigen los principios revolucionarios.

14.- Sabe vincular las opiniones de las personas a las prácticas de éstas, cómo concuerdan lo que hablan con lo que han hecho. Demostrar perfeccionismo en el papel es fácil, demostrarlo en la práctica es difícil.

15.- Un revolucionario sabe que esté donde esté, siempre que luche por la humanidad, estará cumpliendo con su deber.

16.- Un Sandinista no es desmedido ni en el pesimismo ni en el optimismo.

17.- Sabe que si alguna vez es necesario calificar, se deben emplear los términos más objetivos e imparciales. Sin caer en epítetos. Calificar, pero no para responder al insulto con insulto, sino para poner de relieve nuestra serenidad.

Tomado del diario Barricada, Sábado 8 de Noviembre de 1980.
Texto publicado originalmente mediante volante clandestino, en 1975.
Selección de Carlos Gallo.

Riosanjuaneño patriotismo de los políticos nicas


Gesticulan, vociferan, posan, acaparan los escenarios mediáticos proclamando su pasión en defensa de la soberanía frente a Costa Rica y su pretensión de anexarse una parte del territorio nacional en la frontera que colinda con el río San Juan y adjudicarse la vertiente misma.

Se ponen a la cabeza, lideran a la nación ante la ofensa al decoro nicaragüense, dejan a un lado sus diferencias y se unen porque la patria hay que salvaguardar. Y viajan a la frontera sur, a colocarse en la primera línea de defensa, arriesgando su vida y dejando las comodidades.

Recuerdan la historia interpretada a su conveniencia, recurren a la letra de los convenios y fallos jurídicos internacionales. Sus propagandistas frenéticos enaltecen la figura de los líderes, estadistas fervorosos que tienen henchidos su corazón por amor patrio, y entusiasman a los pobladores para que los apoyen y reconozcan las calidades patrióticas de quienes les gobiernan.

Ellos ocultan que históricamente los políticos nicaragüenses, por sus pleitos de poder, es decir guerras, facilitaron la pérdida de territorios. Es el caso de Nicoya en el sur, pues el 25 de julio de 1824 sus habitantes, seguro los influyentes, decidieron que se integrara a Costa Rica, dos años después el Congreso Federal Centroamericano dispuso que Guanacaste, en la misma zona, fuese también territorio de la nación vecina.

Ambos poblados tenían fuertes nexos con Nicaragua, sin embargo prefirieron vincularse al país del sur, para alejarse de las sangrientas luchas políticas. La historia, desde entonces no ha cambiado. Hace pocos años, en Cárdena, zona fronteriza, igual hubo descontento de sus habitantes, por el abandono en el cual los mantenía el gobierno de turno en Nicaragua.

A propósito de historia, pregunté a varios estudiantes de secundaria y universidad, y profesionales, si la conocían, quedando evidente su ignorancia. Esa es la concepción base de los políticos nicas, promover el desconocimiento para manipular.

Manipulan la historia por conveniencia

Así manipulan ahora el conflicto en el río San Juan, lo cual no significa que es invento la pretensión de los ticos, pues ellos conocen el potencial económico y los beneficios que les proveería el dominio sobre esa zona, más del que obtienen, en su lado fronterizo.

Los ticos, aun destruyendo el caudal debido a los sedimentos, con la concepción de inversión capitalista de ganancias aprovechan el recurso. En cambio Nicaragua, apenas, con la carretera hacia San Carlos y el dragado del río comienza a mirar a esa zona.

Se ocupan para bien de los inversionistas que pueden ser los acaudalados nacionales o los extranjeros con los cuales obtendrían ganancias, no por los miserables habitantes de las riveras del río, y me refiero también a los casi cincuenta mil nicas que en condiciones deplorables habitan al otro lado cerca del río en cantones (municipios) ticos.

No creo en el patriotismo de los políticos puesto que ellos son los principales causantes de las migraciones, por su culpa se van los nicas a trabajar los peones como tal y profesionales similar, a sufrir vejámenes racistas y ser presas de chantaje en los momentos de conflicto como el actual.

Se marchan, fundamentalmente a ganar mejor, a distanciarse de los pleitos políticos diario, de la corrupción, y la miseria, dejando a familia y amistades. Huyen porque los políticos han robado millones y millones de dólares, sin importarles la pobreza de la mayoría de la sociedad.

Son ladrones y culpables del éxodo

Los ladrones son responsables, criminales, sí, del éxodo de millones de nicas que prefieren estar en su país trabajando, creando riquezas, y mejorando sus condiciones de vida, disfrutando de sus hábitos y hábitat. ¡No son patriotas! ¡Son mentirosos!

Demagogos son los políticos que pagan salarios miserables, maltratan, y niegan los derechos ciudadanos. Mentirosos que con sus actos obligan a fugarse a millones de nicas. Hipócritas que se presentan como patriotas oprimiendo al pueblo, negándole oportunidades y libertades.

¡No creamos en su patriotismo!

sábado, 6 de noviembre de 2010

Exhumación del comandante Carlos Fonseca

Testimonio hasta ahora inédito de un combatiente

Debajo de un enorme tronco, en Dipina.

José Santos Sobalvarro (El Chele Adrián)

El día en que su propio autor me autografíó La Marca del Zorro el 19 de Julio de 1989, justo en el X Aniversario de la Revolución Nicaraguense, comprendí en toda su dimensión la importancia de la misión emprendida hacía casi diez años por quince guerrilleros, en su mayoría campesinos, a finales de octubre de 1979. Me refiero a la afanosa búsqueda de los restos mortales de Carlos Fonseca Amador.

Yo era conocido bajo el seudónimo de “Chele Adrián” y, desde 1975, me había enrolado como colaborador en las estructuras guerrilleras del FSLN. Después, llegué a formar parte de la Columna “Pablo Úbeda”. Sin embargo, antes de militar en las filas del Frente, fui miembro --en mis años juveniles-- del Partido Liberal Independiente, organización política en la que se agruparon muchos hombres y mujeres que adversaban a la Dictadura Militar Somocista, cosa que por aquel entonces me pareció extraordinaria.

Poco después, cuando el Doctor Pedro Joaquín Chamorro junto a muchos adeptos conformó la UDEL para rechazar abiertamente al somocismo y a las innumerables traiciones de los conservadores agüeristas, intenté afiliarme a ese movimiento pero no me sentía cómodo, pues yo soy de extracción humilde, un obrero asalariado que trabajó desde la década de los sesenta de sol a sol en la construcción. Y como la situación estaba bastante fregada como decimos nosotros, pues me fui preparando para la lucha que venía. Así es que ingresé a la guerrilla, a la lucha armada.

Bajo un torrencial aguacero que no amainaba, cae en combate el Comandante Carlos Fonseca Amador, propiamente en la noche del 07 de Noviembre de 1976 en un lugar llamado Boca de Piedra, comarca de Zinica.

Casi tres años después de aquel infausto suceso, una columna de 15 guerrilleros y guerrilleras al mando de Rodolfo Amador Gallegos (q.e.p.d.), proveniente del Comando de Waslala, buscará sin tregua los restos mortales de Carlos. No fue una tarea fácil. Todo mundo coincidía en que el Jefe de la Revolución Nicaraguense había caído en Boca de Piedra, pero nadie conocía el paradero final de sus restos. El reto era encontrarlo antes del 7 de Noviembre de 1979, en el tercer aniversario de su injusta muerte.

El día que empecé a leer La Marca del Zorro, que es a la vez, una crónica personal y colectiva narrada por el propio hacedor de hazañas, El Zorro, yo francamente me quedé estremecido. Leía y recordaba lo que me había tocado vivir durante la búsqueda del cadáver de Carlos. Cómo olvidar aquellas confesiones del Comandante Francisco Rivera, por ejemplo, aquellas que están en la página 122 que mejor cito textualmente para no perder detalle alguno: “Me abrazó, y fue un abrazo para siempre. Y ahora que reflexiono sobre aquel momento, tan cargado de tristeza, encuentro que era extraño: siete compañeros que se despiden, a las siete de la noche de un siete de noviembre…” Concluyo estos trazos de mi emocionada lectura con otra cita en la misma página: “Y tampoco olvido su estampa al irse: la barba de meses, poco desarrollada, sus gruesos lentes que le eran tan necesarios por la miopía, su uniforme verde olivo, sus botas altas, su escopeta automática calibre 12, su pistola Browning 9 mm de catorce tiros y una granada de fragmentación al cinto”.

A partir de 1979, cuando yo me encontraba allá en la zona de Waslala, al salir de la guerrilla y de la Columna “Pablo Úbeda”, recibimos la orden de rescatar los restos de Carlos Fonseca. No se disponían de pistas exactas de su paradero final, sólo se sabía que había caído en Boca de Piedra. Hubo después una reunión en Waslala. En ese entonces estaba conmigo un amigo que permaneció como jefe del Comando llamado Irving Dávila. Con él se organizó a las quince personas que buscarían los restos de Carlos y de otros guerrilleros que habían caído asesinados por la guardia somocista. La Guardia acostumbraba a matar y trasladar los cadáveres a otros valles vecinos. Lo hacían así para despistar a la guerrilla, pero también para que no se conocieran en la ciudad las atrocidades que la misma genocida y los jueces de mesta cometían en lo más profundo de la montaña.

El grupo de las quince personas se formó con campesinos que se encontraban en el Comando de Waslala, pero también se incluyeron algunos de la ciudad de Matagalpa. De los que recuerdo que estaban en la columna eran Rodolfo Amador Gallegos y Seidi Rivas, ambos ya fallecidos. No había en el pequeño destacamento ningún extranjero o internacionalista, tampoco doctores o especialistas. Todos los de la columnita, pues, éramos obreros o campesinos. Nada más. Rodolfo y los demás hermanos y hermanas, para iniciar la misión, sólo disponíamos de nuestros huesos y del nombre de la comunidad donde Carlos había caído en combate.

En Boca de Piedra, nos encontramos con un hombre llamado Natividad, a quien se le presionó mucho para que diera la información requerida. Lo tuvimos que esposar, pero, además, lo encañonamos con un fusil en la cabeza para que nos dijera dónde estaban los restos de Carlos. Sólo sé que se llamaba Natividad. Seguro debe estar muerto porque en ese tiempo ya era bastante viejo. Ese hombre nos narró las circunstancias en que cayó Carlos Fonseca Amador en esa noche fatídica del 7 de Noviembre de 1976. Nos dijo hacia dónde se llevaron el cadáver y quién lo había levantado. Los restos inermes de Carlos fueron colocados en un helicóptero, según cuenta el mismo Natividad, y se lo llevaron para otro valle.

Nos retiramos, pues, de Boca de Piedra indagando el paradero final de los restos de Carlos Fonseca. Ya lo dije al inicio, no fue nada fácil. La gente de las comarcas era muy huraña. Recuerden que nos encontrábamos en lugares muy remotos en los que sólo se podía penetrar a pie o en bestias de carga. El eterno aislamiento de esas comunidades, pienso yo, permitía que las personas fueran retraídas y de pocas palabras. Todavía despuesito del triunfo de la Revolución, se percibía en el ambiente el fétido aliento de la cruenta represión ejercida por la Guardia Nacional en esos lugares de Dios. Por eso es que tuvimos que actuar con energía, como en el caso de Natividad, por ejemplo.

Tras caminar por mucho tiempo, la columna llegó a Dipina, que es un lugar bastante plano. En aquellos tiempos de nuestra misión, Dipina era un pequeño caserío con unos quince ranchitos. La comunidad está situada al este de Waslala. Lo primero que vimos fue un caserío a la orilla, que era más bien un desmonte para una huerta. Se miraban enormes troncos por doquier. Habían talado todos los árboles. El sitio que buscábamos desde hacía tantos días estaba ubicado un poco al este del caserío. Según informaron algunos lugareños, también se encontraban sepultadas diferentes personas que la Guardia había asesinado en otros puntos aledaños a Dipina.

El primer contacto lo hicimos con un campesino que estaba en el templo católico de Dipina. Gracias a su colaboración, pudimos reunir a la gente en la Iglesia. Quiero aclarar que nosotros andábamos en dos trabajos, uno incautando armas entre los campesinos y, el otro, en la búsqueda y rescate del cadáver de Carlos Fonseca.

La gente reunida en el pequeño templo fue unánime al expresar que Dipina era el lugar que buscábamos porque en la huerta había un sitio que estaba marcado con un enorme tronco. El mismo campesino que encontramos en el templo católico dijo con mucho aplomo que debajo del tronco estaba enterrado el Jefe de la Revolución.

Cuando iniciamos las excavaciones con la colaboración de mis hermanos y hermanas de la pequeña columna, recordé mis años en la guerrilla, cuando andábamos por los caminos o por los valles, durmiendo a campo rasa bajo las incesantes lluvias, con hambre y sin tener siquiera idea de cuándo sería el tiempo de la tapisca, como dice Carlitos Mejía Godoy.

Con lágrimas en mis ojos, y viendo la tensión al escarbar sobre los restos de Carlos allá en Dipina, se me venían los recuerdos y los momentos de los círculos de estudio que eran obligatorios en la Columna “Pablo Úbeda”. Después de las calistenias matutinas y del entrenamiento táctico, leíamos el pensamiento limpio y nítido de Carlos, quien consideraba que era urgente derrocar al somocismo, pero contando con todas las fuerzas unidas que le adversaban, al margen de la politiquería. Yo intuía en sus escritos, la necesidad de la unidad para derrotar al enemigo. Precisamente en esa batalla casi solitaria fue que lo sorprendió la muerte en el corazón de Zinica. Hoy, como ayer, extraño las lecturas y los círculos de estudio en la guerrilla. Ahora todo eso se ha perdido.

Los recuerdos me asaltan una y otra vez. No lo puedo evitar. Recuerdo que Carlos decía que había que enseñarle a leer a los obreros y campesinos. Pues yo fui uno de los que aprendió a leer en la guerrilla. Aprendimos a desmenuzar la Historia de Nicaragua y de Nuestra América. En fin, aquello no sólo era calistenias, entrenamientos tácticos y discusiones de la coyuntura nacional e internacional. No. La guerrilla fue una escuela bastante integral que nos permitió entender nuestra realidad y la de los demás. Pero también, esa misma escuela nos dio la oportunidad de transformar nuestras vidas. Aprendimos a ser honestos, solidarios, transparentes, amorosos sobre todo con los desarrapados y excluidos de la sociedad. Más aún, aprendimos a ser más humildes y a rectificar nuestros errores. Todo eso se lo debemos a Carlos.

Y fue así que encontramos el cadáver de Carlos en una bolsa de plástico con un zipper. Y vimos nosotros que ahí estaba su cuerpo completo. Lo exhumamos con cuidado y, sobre todo, con mucho respeto. Después de sacarlo de las entrañas de la tierra, dimos aviso al Comando de Waslala. Se envió a un mensajero porque en ese tiempo no había ni celular ni teléfono ni nada. Entonces se mandó a un hombre, pues, montado en una bestia hacia el Comando para que diera el aviso. Se les envió a los compas de Waslala una nota en la que se expresaba que la columna ya había encontrado al Jefe de la Revolución.

Recibida la novedad por el entonces responsable del Comando de Waslala, el compañero Irving Dávila, éste dio la importante noticia a sus superiores, a través de un radiocomunicador que había dejado la Guardia Nacional en ese viejo campo de concentración, tristemente célebre por las innumerables represalias, torturas y asesinatos contra campesinos, colaboradores y guerrilleros en el Caribe Norte. Una vez que Irving comunicó a sus jefes la noticia, entonces iniciamos los trámites del retorno de los restos mortales de Carlos.

Recuerdo que a la pequeña comunidad de Dipina llegaron varios periodistas, la televisión y un helicóptero para transportar los restos de Carlos a Matagalpa, que fueron recibidos por Tomás Borge.

Muchos pensarán que nuestro destacamento no dio con Carlos. Pues no es así. No cabe la menor duda que encontramos en Dipina al Fundador del Frente Sandinista. Todas las señas y características proporcionadas a la columna guerrillera desde el mismo inicio de la misión, coincidían de manera exacta con los restos y demás cosas que encontramos en la bolsa de plástico.

En un primer momento, la primera impresión que nos causó el hallazgo de los restos mortales de Carlos fue de alegría y satisfacción porque habíamos cumplido con la misión que se nos había encomendado. Teníamos enfrente al Jefe de la Revolución y al hombre que nos condujo hasta la derrota del somocismo, tal y como lo había hecho tambien el General Sandino en su momento. La satisfacción era intensa al punto que nosotros queríamos llorar, conocer lo que había dentro de ese hombre. Nosotros le habíamos seguido sus pasos en ese movimiento armado; por Carlos fue que nuestra columna guerrillera, la “Pablo Úbeda”, anduvo en tantos lugares, en Zinica, Boca de Piedra, en Las Torres, en Kilambé. Yo estuve en los mismos campamentos en que el Jefe de la Revolución se guareció durante tanto tiempo.

Es bueno aclarar una cosa. Podemos decir que el cuerpo del Comandante Carlos estaba en perfecto estado. Completo. Y aunque había pasado ya bastante tiempo, encontramos todo el cuerpo, es decir, todos sus huesos. Nosotros que exhumamos el cadáver de Carlos decimos que estaba completo. Incluso, la bolsa de plástico contenía algunas de sus cosas: cinturones, sus fajones, su uniforme que ya estaba bastante desbaratado, adicionalmente encontramos sus lentes, una mochila y zapatos. Una de sus características más reveladoras, su estatura, fue decisiva a la hora de identificar sus restos.

Rodolfo Amador Gallegos, el jefe de la misión, tuvo que lidiar con algunos inconvenientes de última hora durante la localización de los restos de Carlos. En ese momento no había medios de transporte porque en Dipina no penetraban vehículos. Así que lo primero era trasladar en bestia los restos de Carlos y, lo segundo, era que el Gobierno, el Presidente de ese momento enviara medios aéreos y así se hizo. Amador Gallegos, entonces, procedió a dar más o menos las coordenadas para que aterrizara sin problemas el helicóptero. Después, como queda dicho al inicio, llegó a Dipina el medio aéreo para trasladar los restos del Jefe de la Revolución al Comando de Waslala, luego a Matagalpa y, por último, a Managua.

Para nosotros los guerrilleros y guerrilleras participantes de la misión, Carlos fue el hombre que vislumbró con suma agudeza la posibilidad de unir como en una carrera de relevos, el pensamiento del General Sandino al proyecto del derrocamiento de la Guardia Somocista. Tuvo la capacidad de elaborar un Programa para los sandinista. Él dio lo que tenía y creyó que todo lo que andaba haciendo era para mejorar la vida de la gente. Hoy, a 33 años de su partida, el Programa Histórico aún reclama su propio espacio, su propia vigencia. FIN.

Escribanos: Francisco R. Altamirano h. y Karina Sáenz.

Matagalpa, Sábado 7 de noviembre de 2009.

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