Con Fátima Villalta y Edgar Escobar Barba.
La novela “Danzaré sobre su tumba” de
Fátima Villalta, escrita en primera persona, es las reflexiones de la protagonista
convertida en una voz interior desde el inicio hasta el fin, adjudicando a la
inconsciencia su carencia de pudor, de una mujer sintiéndose despreciada desde
niña, creciendo en una familia disfuncional a la cual termina odiando, en un
poblado rural miserable.
Requirió esfuerzo de mi parte huir de la
comparación mientras leía, es notoria la influencia de la literatura en Fátima,
ha debido leer para escribir, pues su
estructura mental plasmada en la trama no evidencia desconocimiento, por eso no
la circunscribo en una corriente, ni por el lenguaje, su forma de ordenar las
palabras, ni por los acontecimientos narrados.
Encontré descripción emocional,
imaginario, y vivencia real, entorno minucioso con detalles máximos de la
expresión física y la conducta humana.
Rechacé imaginar que el personaje es la
autora, esa tendencia imperceptible cuando leemos en primera persona, aunque
inevitablemente, quienes no conocen a la autora, pensarán que es
autobiográfica. Es común cuando el lector no es aficionado, no posee las herramientas
para observar el todo.
Narrando con carácter firme y
sarcástico, aduciendo inconsciencia y demostrando frialdad, esculpiendo
permanente su venganza, María Eugenia Castillo describe a su madre aborrecida:
“Había engordado, tenía los dientes curtidos por el tabaco, despedía un olor
fétido debido al consumo de alcohol…”.
La autora no limita la figura aunque es
compacta en definiciones, certera logra presentarnos al personaje, destacando
las características detestables, aquellas más visibles cuando nos provocan
desagrado. Es la mirada de sentimientos y razones de una hija escudriñando a la
madre deteriorada, y a la mujer que siempre la menospreció y la califica de fea.
A ese dolo por la apariencia corporal,
de la niña de doce años, se agrega su condición de bastarda, hija de un padre
que nunca la consideró como tal, y de quien en una ocasión recibió “un mísero
beso solamente, agrio y forzado”, y después ni siquiera la volteaba a ver cuando
se aparecía nada más para copular con la amante.
Esa niña vivió tormentos, insuperados
producto del desamor, la disfuncionalidad: ausencia de caricias y comprensión; su
condición de mujer con menos oportunidad que su hermano por hombre, de tal
manera que planifica la muerte de un ser que le repugna y así acaparar la
atención de otro, al único a quien ha querido y se siente correspondida, y “extrañamente
dependiente”, aunque después también llega el rencor hacia él.
Fátima profundiza en los sentimientos,
debido a eso María Eugenia, a la edad de sesenta y siete años, fecha en que
inicia el testimonio, explica el recorrido en su vida: “Intenté ser feliz, a mi
manera, claro está. Con petulancia y sadismo, algo propio de la naturaleza
humana, poco interesante, me atrevería a decir.”
Más adelante, agrega: “No soy más que la
típica historia de sueños frustrados en añejas edades. Admito mi tonta
ingenuidad, innata, tan inevitable y destructiva. Pero la disfruté tanto”.
En la novela encontramos fuertes reacciones,
y Fátima organiza escenarios efectivamente visuales, con particularidades, y
logra destacar la atmósfera, en su versión aromática, física y cromada, en
armonía con pasiones y conceptos de vidas humanas.
En ese sentido quiero compartir una retrato,
el del hermano: “Era tres años mayor, de piel pálida, larguirucho, de ojos
tristes y saltones, de pelo castaño, aspecto pesaroso. Con una hermosa nariz
romana, larga y delgada, de un buen tamaño; se hacía notar en aquel pueblo de
narices chatas”.
Otra muestra de la habilidad de Fátima, es
la delineación del lugar donde se desarrolla la historia: “Nuestro hogar, una
pequeña casucha, situada a las afueras del pueblo. Una sala que hacía las veces
de cocina, dividida por cortinas floreadas, que el tiempo curtió, un par de
banquillas y una mesa rústica con un florero encima (…) La cocina manchada por
el hollín y el humo. Algunas canastas colgando de las vigas (…) dos cuartos
pequeños (…) un patio delantero y otro trasero, sin plantas de ningún tipo,
descolorido y seco, donde ni siquiera los gatos excretaban”.
No les voy a brindar pormenores de los
conflictos de María Eugenia, que la involucran en relaciones de rencor, desamor
y muerte, de su vida sexual desafecta, promiscua, más por costumbre que deseo.
Tampoco les reseñaré la batalla con las
personas con quienes comparte la vivienda, y en las cuales encontramos escenas
de violencia, asco, y muerte, narradas excelentemente, reiterando, como en toda
la novela, una combinación genial del interior humano y su relación con el
exterior.
Aunque pudiera parecer exagerado, o
carente de raciocinio, me hubiese encantado que esta obra fuese dirigida por
Buñuel, o Fellini, o Polanski. Compren y lean la novela, les provocará satisfacción.
Muchas gracias.
*Ponencia leída en Pizza Venezia,
Matagalpa, viernes 25 de noviembre 2011