En una de las caminatas cívicas de abril 2018. |
¡Vas a ver jueputa
tranquero te tenemos en la mira!
Fue el berrido del hombre
flaco, blandiendo dedo señalándome, encima de la moto detrás del conductor
gordo, ambos sesentones con chaqueta militar verde camuflada, sin casco, con
gorra. Tapada placa de la moto negra. Pistolas ocultas.
Los escoltaban, diez
metros atrás, otros dos viejos hombres obesos en motocicleta con camisetas
negras propagando rostros de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que pasaron y
nada vociferaron, sus facciones tensas y odiosas sólo me vieron.
Mi gesto burlesco tal vez
no lo identificaron, en su mente mi expediente es el de un enemigo para
aniquilar, asesinarlo, callarlo. Mi currículo en El FSLN será acaso de alguien
a quien consideran peligroso.
Me amenazan a las 12:45 del mediodía, domingo diecisiete de noviembre del año dos mil diecinueve, veintiocho grados centígrados, en la esquina noroeste de catedral, cuando yo sudado camino rumbo a la segunda ronda celebrando el cumpleaño cincuenta y uno de los pocos y más cercanos amigos, socio periodista superior diseñador productor del Centro de Comunicación y Estudios Sociales (Cesos).
Desafortunadamente no
pude asistir a la misa de seis meses memorando el asesinato en prisión de Eddy
Montes Praslin, oficiada en la Santa
Iglesia San Felipe Apóstol de Molagüina, a las nueve de la mañana, donde, me
dicen en la calle cuando salgo, paramilitares apedrearon el templo sitiado por
policías.
Escucho la sentencia
mortal del paramilitar en moto e inmediato pienso que mejor no se encuentra en
mi cintura, apretada por el pantalón, la 38 de tambor calibre corto, gato
escondido, con balas explosivas, o la 3:57 que empuñaba a mis 16 años, o el
Garand que aprendí a cargar sin herirme el dedo gordo de la mano derecha cuando
ingresaba el parque de tiros y al centro
blanqueaba distante a 300 metros, o el AK 47 plegable soviético que durante la
guerra, de los mil novecientos ochenta, colgaba la correa en mi clavícula en el
primer escalón de la defensa en frontera sangrienta, para defenderme como
reportero en zona de combate, amenazado de muerte.
No quiero matar a
alguien, soy pensante. No me asustan las bravuconadas de sicarios. Conocí a
paramilitares antes, comandados por Nicolasa Sevilla, en los años sesenta,
cuando infante escuchaba sus ataques a periodistas, sin imaginar en esa época
que yo optaría por mi nada rentable y muy riesgoso oficio periodista.
Fui testigo de la masacre
del 27 de enero 1967, vivía en esa zona de catedral y avenida Roosevelt.
Debacle política no
extraña, fui espectador del pacto
firmado por el General de División Anastasio Somoza Debayle (liberal) y
el (conservador) doctor Fernando Agüero Rocha, el acuerdo llamado Kupia Kumi.
Sesenta y dos años he
vivido, casi cuarenta como periodista, observando la muerte y la desgracia,
escuchando la ofensa y la estupidez; al mandador y al patrón he visto y
saludado conociendo sus concepciones arcaicas, atrasadas, desfasadas,
deplorables.
De hazañas bélicas no
hablemos, conversemos argumentando y proponiendo, balazos no asustan, matar no
es desconocido en nuestra sociedad, sin embargo esa cultura, ese concepto
sanguinario es burdo.
Así que ustedes poderosos
leales a Daniel y Rosario, quienes me conocen o han leído les reitero que no
callaré; ustedes son quienes ordenan a sus fuerzas de choque que actúen según
las concepciones e intereses de ustedes emanan.
La muerte no me atribula,
me aterra perder la libertad de pensar y escribir, y ustedes gobernantes jamás
lograrán silenciarme, jamás ante sus amenazas
dejaré de pensar, escribir, y publicar los sucesos de esta Nicaragua
donde nací sin ser nicaragüense. Aunque me maten físicamente no desaparecerán
mis escritos inconformes con el sistema construido por la sociedad.
Jamás volveré a portar
arma. Me sustento en cerebro, papel, lápiz.
Domingo 17 noviembre 2019
- Matagalpa, Nicaragua.
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