Bestias enardecidas asaltan el hogar,
con mazos y sierras destrozan cerraduras, a patadas y culatazos rompen puertas.
Las sirenas de las camionetas no
ahogan el clamor de ancianos exigiendo justicia y libertad, los vecinos
observan indignados y temerosos: impotentes ante alaridos desgarradores.
En la casa, guardias de la dictadura
golpean, amarran, gritan ofensas y amenazan con asesinar a ciudadanos cuyo
delito es denunciar al régimen militar corrupto y represor.
Cientos de personas viven la escena
transmitida en directo por medio de redes sociales, unos aplauden la actuación
de los uniformados y la mayoría repudia la violación a los derechos humanos.
La crueldad tomó el control de las
fuerzas especiales antiterroristas, en sus rostros el odio hacia quienes
critican al Señor Presidente, su séquito, y seguidores. Tienen orden de
silenciar las voces disidentes, con cualquier método.
El caos impera. Pierden valor la vida
y el dinero. La dignidad es atropellada. El descaro, la hipocresía, la
demagogia, representan los valores sociales de quienes se asumen dueños del
país y de la voluntad de habitantes.
Miles huyen buscando salvar su
existencia y de la familia. El exilio recurrente de cada generación de
pueblerinos. Emigran traumados de matanzas y miserias. Muchos no querrán
regresar… jamás.
El tiempo es cíclico, en espiral te
lleva y te trae por los mismos escenarios – piensa Juan en el autobús que lo
transporta con su familia – es la tragedia de un pueblo que no lee, que venera
personas, y pelea permanente.
Historias, cuentos, leyendas,
crónicas, testimonios constantes en la literatura criolla, sin que el tema sea
superado por la realidad – y Juan María, como su abuelo, describe narrativa
veraz con la actuación de las fieras ensangrentadas de quienes escapa.
Viernes 14 febrero 2020 / 3:21 a.m.
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