lunes, 13 de diciembre de 2021

LOS FANTASMAS DE UNA DAMA

Sergio Simpson y Verónica Rosil en El rincón de los suspiros agónicos. Matagalpa
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 Hace años ansioso esperaba este libro y su creadora, acá en Matagalpa donde ella ha compartido reciprocidad afectiva y epistémica.

 Mi avidez incrementó cuando leí dos cuentos: Minerva, es uno, y Quitando dolores, el otro. El primero gozoso y espeluznante, el segundo sensible y cruel. ¡Contraste insólito!

 Me impresionaron tanto, como lector aficionado, que los disfruté poseído no por ente maligno sino por la atracción literaria, libando a leves sorbos el vino de la anfitriona, en el ordenador de su autora observando mi reacción, y la confabulación de inusual apacible silenciosa noche fresca en Managua permanente calurosa bullanguera.

 Supe que mi espera sería larga, aunque varias veces, en el transcurso de ese tiempo, impulsivamente apremié a Verónica. Luego de cada excitación posesa me apaciguaba, volvía a la razón que me reprendía recordándome que este cúmulo de cuentos ella trabajaba con precisión, como debe ser, opuesta a quienes se apresuran anhelantes de publicar desestimando el rigor; lejos de egolatría.

 Recibir un libro siempre gratifica, y más cuando es producto de amigo o amiga que ha dedicado horas de estudio, disciplina, empeño, en esa labor que pocos privilegiados emprenden disfrutándola con ardores, trastornos, y regocijos, en una sociedad desestimulante con escasos compradores lectores.

 El pasado sábado veintiuno, Los fantasmas de una dama vino a mí, percibí energía vital. Dos manos gigantes brotaron del ejemplar abierto, afables me atrajeron y zambulleron en otra realidad que dejó de ser ficción porque la observé y me conmovió. Había transcurrido una semana con salud decaída que me hizo pensar debo escribir narrativa de mis varias vivencias enfrentando la posibilidad de morir, en este país de perenne dolo.

 En mi alto nivel de existencialismo, debido a casualidades del destino que jamás me ha interesado auscultar, me llegan estos in-verosil-miles relatos de terror y asco, de vida y muerte, de angustias y placeres, amorales y eróticos, pero sobre todo breves y agudos.

 “La santa: Andaba de casa en casa predicando los defectos de su vecina, hasta que una envidiosa lora, le arrancó la lengua.”

 Es patente el trabajo de filigrana, la paciencia con imaginación inaudita y emociones vibrantes para construir bellezas aun con repugnantes episodios figurando espectros, hedores de cuerpo putrefacto, larvas y cucarachas; y los miedos que suscitan a creyentes de aparecidos y desaparecidos, hechicerías, vampiros y demonios.

 Polifacéticas sus construcciones, al extremo logrando jocosidad con el pánico:

 “En una calle oscura […] el vampiro le salió por delante y al morderle el cuello, sucedió lo más vergonzoso […] se le desgajó la dentadura […] tuvo que asumir su condición de jubilado.”

 Y agrega “El otro: Mientras el vampiro observa a su presa por la ventana, el zancudo se posaba en su cuello.”

 Extravagancias escénicas de Verónica no son únicas, pero se ubica exitosa entre narradores de textos horrendos por su contenido y meritorios por su inventiva y prolijidad.

 La versatilidad de la escritora se reafirma con este cuarto libro publicado, diferente y similar a los otros con los cuales, he concluido, fue capaz de manar ternura para infantes con cuentos en Aventuras y Travesuras Silvestres (2009), y más dulzura escurriendo por su piel sin trapos con sus poemas en Luna Desnuda (2013), y en Arrecifes (2016) proyectando límpida su figura grácil bajo la luminosidad satelital entre espumas.

 En sus párrafos encontramos abundante amor agitado, la efervescencia de la entraña, la fragilidad romántica, incluso en este escalofriante compendio:

 “El Minotauro suspira por su amada. Sentado como una roca observa las flores, las montañas; las mariposas se posan sobre él, huyen al oír su respiración, su acelerado latido. Se cansa, sigue llorando la tragedia. “No pude evitarlo” dice, en lo que se limpiaba los colmillos con un huesito femenino.”

 Magistral con más sentimientos delirantes:

 “Filántropo: Tanto amor le tenía a los seres humanos, que se volvió caníbal.”

 No falta el comportamiento de la gente, los absurdos, las sañas, discriminaciones, egos, ínfulas, brutalidad, y pasión, descabellados tan bien hechos que promueven expectativas.

 Verónica Rosil, nos motiva la curiosidad de conocer el desenlace, ese final inesperado asombroso que nos dejará incertidumbre, quizás temblando insomne bajo la sábana, con luz encendida; podría engendrar pesadillas.

 También es posible que al concluir el libro terminemos implorando a un ser apetecible que nos abrace la sonrisa y con irradiación de tenue lámpara de noche disfrute estas orales descripciones escabrosamente maravillosas capaces de motivarnos a emitir suspiros agónicos propios de este recinto.

 Sergio Simpson

Viernes 10 diciembre 2021

Rincón de los suspiros agónicos

Matagalpa

 Foto: Cortesía de Alfonso Fernández Labrador.

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