miércoles, 2 de mayo de 2012

Otra para Tomás Borge


Jueves 28 de octubre de 1999

Sufrí y te admiré cuando vi tu foto en el hospital militar, prisionero de la dictadura somocista. Ahora mismo escribiendo, evoco aquella imagen y la sensación que me causó en aquel entonces. Es seguro que aquel día deseé no sólo darte la mano, también abrazarte. Pero de las múltiples veces que pude hacerlo cuando eras ministro todo poderoso, tal vez sólo en dos ocasiones fríamente estreché tu mano, por educación.

No quise ser cortesano, tampoco oportunista. Evité al máximo tu cercanía, rondarte, pues para mí era evidente que muchos buscaban brillar con tu luz, sacar provecho de tus méritos guerrilleros, y cargos.

El jueves 7 de octubre te quejas de un ex ministro y ex embajador que no te brindó la mano. Escribes: «Me produce cierta repugnancia esa actitud».

Mejor hubieras expresado ese malestar cuando te loaban y acariciaban. Yo experimentaba esa repulsa cuando veía tu satisfacción por la corte, pero no me atreví a decírtelo. Dudé que lo aceptaras y estaba convencido que mi estatus de empleado del FSLN no me lo permitía.

Crees que esa persona, y muchas otras, no te saludó debido al resentimiento, o al oportunismo, o a la ingratitud.

Pueden ser las tres cosas. Resentimiento porque no siguieron degustando gratis los signos de la izquierda: vino y caviar; o porque no fueron indemnizados con la cantidad de dinero que creyeron merecer por su trayectoria, como la recibieron otros.

Oportunismo, porque cuando perdiste las elecciones y el poder de manejar el gobierno, ya no sacarían ningún provecho loándote y palmeándote la espalda. Ingratos, porque no agradecen que tu gobierno, según afirmas: (les brindó) «la posibilidad de ser dueños de una empresa, o les otorgó los inevitables privilegios de un ministerio de Estado».

Nuestras imperfecciones pueden acusarnos a todos y ¡condenarnos! Pero, ¿será correcto abrir juicio para tirar voces inquisidoras y demostrar la verdad? ¿Cuál, la de quien jamás cometió errores; o la de quien erró como humano creyendo en su certeza, o no le importó creer que no actuaba conforme los otros creen que es correcto o simulan creerlo; o la de quien ahora menosprecia lo que ayer vitoreó y absuelve a su propia postración culpando al sujeto venerado?

Tomás, aún no es tarde para comprender la resultante de tus actos. Yo sigo dándote la mano, solamente por educación y así jamás me veré envuelto en disputas palaciegas.

Matagalpa.

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