jueves, 16 de mayo de 2013

En Atlántico Norte: ¡Despale atroz!


*Un atentado a la vida y eso que dicen somos seres pensantes.

¡La expansión de la frontera agrícola y la muerte del bosque es real! Se calcula que en la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN) la gente derriba anualmente dos mil manzanas de árboles.

En Siuna la población se ha triplicado en los últimos siete años, ahora lo habitan 45 mil personas, antes no superaba las diez mil; son ganaderos, agricultores, madereros, en su mayoría.

Según datos de Indera, hacia 1992 en esta región existían 37 mil cabezas de ganado bovino sumando los de Siuna y Rosita. El inventario actual no lo conocemos, pero algunos investigadores hablan de casi 50 mil reses.

Es significativo el número, por cuanto representa un hato extensivo, con el consecuente derribo del bosque. Además la gente siembra granos básicos (frijol y maíz) en un territorio de vocación forestal que de igual manera no sirve para pasto.

Es meritorio reconocer que las comunidades miskitas y mayangnas  preservan el bosque con sus prácticas de cultivo migratorio, aunque las cantidades de cosecha no sean óptimas, sólo para autoconsumo.

La ruta de la devastación

 La ruta devastadora va, por un lado, de Waslala hacia Bonanza, más al Este inicia desde Mulukukú hacia el cerro Saslaya, Siuna, y se adentra en los llanos de Alamikambam y Makantaka en Prinzapolka.

Es decir, 12 mil kilómetros cuadrados de bosque latifoliado y pinares, que existen en la RAAN, pueden desaparecer en 20 años, al ritmo que vamos. Es un territorio que sostiene 13 cuencas hidrográficas. ¿Qué tal?

Por favor. No se trata de ostentar a moda ecológica para que nos crean personas ilustres y justificar que durante nuestra ínfima existencia hicimos algo por lo cual merecemos vitoreo, diploma y financiamiento.

Morir por insensatez

En 15 años de estar ligado a la Costa Caribe nicaragüense no había visto tanta barbaridad contra la vida. Ni la guerra semejó tal destrucción de la naturaleza.

Destruir al bosque es acabar con el ambiente propicio para la generación de vida. Pues la ciencia no alcanza crear otro hábitat donde reproducirnos, y tal vez no lo logre antes de que la humanidad muerta por su propia insensatez.

Al fin no importa la muerte. Comparto la reflexión de Zenón que anoté en mi libreta y dice: Ningún mal es honorable, y puesto que la muerte es honorable, yo deduzco que la muerte no es un mal.

Lo que me aterroriza es la irracionalidad de los depredadores, máxime que nos hemos vendido la premisa: Los humanos somos, en esencia, seres pensantes.

(Diario Barricada – 21 de junio de 1997)


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