No
representan mis intereses quienes compiten en las elecciones nicaragüenses del
6 de noviembre, somos ideológicamente antagónicos.
Ninguno
es alternativa para el desarrollo del país, son continuadores del sistema
caudillesco, feudal. Ejercen sus cargos practicando el poder político económico excluyente, para beneficio personal y de sus aliados.
Votar
por el mal menor, es también una expresión de esa cultura complaciente con los
poderosos, producto de considerar la corrupción un acto normal: Roba… pero
reparte; son ladrones como los otros… no importa… nadie es perfecto… y si no
roba por baboso ni dios lo quiere.
Marcar
la boleta electoral nada me garantiza, cuál cambio habrá en el país? Daniel Ortega y su señora no cambiarán de
concepción, no estoy de acuerdo con él y ella, por razones ya expuestas en mi
libro Reflexiones críticas desde el sandinismo.
A
los otros candidatos no los conozco, sólo sé que tampoco me atraen, ni programa
de gobierno presentaron. Es la misma clase política, con unos cuantos nuevos
rostros, donde las esposas y familiares
tratan de ganarse el premio “diputadil”.
Votar
por diputados sería aprobar el desempeño
de la mayoría que llega a la Asamblea Nacional y al Parlamento Centroamericano,
calientan asiento y engruesan, ganan bien, no se les conoce el tono y se alejan
de la comunidad.
El
Consejo Supremo Electoral tampoco inspira confianza.
El
sistema político en Nicaragua es vergonzoso: Nepotismo, autoritarismo,
servilismo, corrupción, miseria. Las mismas causas por las cuales el pueblo se
ha rebelado.
Mejor
sigo en las calles conversando con las personas, intercambiando criterios,
buscando soluciones.
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