Ramón Pineda y Sergio Simpson (Foto cortesía: Alfonso Fernández Labrador) |
En los últimos cuarenta
años la propaganda, seguidores y voceros presentan virtuoso y pensante
personaje, al cual nombran redentor del
pueblo, sacrificado en las “agrestes
montañas segovianas” luchando contra el imperialismo yanque y sin
aspiración presidencial: “Ángel Salvador de la Nación”.
Pero
viene un pariente oriundo de San Rafael del Norte, escribe novelada la historia
para contarnos con lenguaje nica, ameno y sarcástico, describiendo prolijamente
las crueldades y “delirios de grandeza” del Héroe Nacional.
Audaz
escritor por atreverse a mostrar atrocidades que cometen seres “endiosados”
que son “demonios”. Nos induce a conocer y revisar el pasado, comprender
el presente.
Esta
versión devela lo que han ocultado en cuatro décadas, es producto de rigorosa
investigación documental, pero más sustancial por los testimonios que desde
infante escuchó en su entorno familiar y pueblerino.
Su hacendado abuelo sanrafaylino Benigno Úbeda lo sentaba en
las piernas y le solía recordar que obligatoriamente de su negocio de zapatería
y talabartería debió entregar, sin recibir paga, cientos de pares de botas, aperos,
y albardas.
El abuelo afirmaba que
entre centenar de cueros iban exquisitas piezas exigidas al gustoso capricho del
ángel endemoniado para su uso personal egocéntrico, las cuales luce en varias
fotografías.
Es que el amigo escritor
jinotegano Ramón Pineda nombra Ángeles Endemoniados al general y “su
horda”, y narra cantidades de episodios verídicos para confirmarlo. Usted
podría deducir que “sacarle las mantillas al sol” es resentimiento familiar
hacia Augusto C. Sandino y sus soldados.
No sería extraño que despreciaran
a Sandino, hubo gente que lo odiaba, aun cuando exacerbe la ira de sus actuales
fanáticos (a quienes también aborrecen), y a su descendencia le dé vergüenza o tal
vez no le importe.
No sólo fueron los atracos
y amenazas al abuelo materno, también por el trato inhumano hacia Blanca Aráuz
Pineda, de quien afirma Sandino la desposó sin quererla, para “preservar la
dignidad de ella” y aprovecharla como espía, a través de los mensajes
telegráficos la correspondencia de los enemigos.
“¡Mi mujer no necesita ninguna atención! La madre naturaleza
es sabia, y las vacas y las venadas paren solas en el campo, sin necesidad de
ayuda humana, y mi mujer es una hembra hija de esa misma naturaleza. Ella
parirá sola. ¿Han entendido? ¡Ella parirá sola!” (Pág. 41)
Esas palabras y conducta
que le atribuye a Sandino cuando el parto de Blanquita, consecuencia por la cual ella murió, las
dijo frente a su suegra y varios familiares; quedaron grabadas en la memoria de
la prole Aráuz Pineda y se transmitieron tras generaciones en el pueblo donde
casi a todos les corre la misma sangre. Don Ramón Pineda, abuelo del autor, es
hermano de la madre de Blanca.
“Al tercer día […] sin despedirse de nadie partió con su
tropa […] llevándose de concubina a la señorita Angelita González Aráuz, prima
hermana de su recién enterrada esposa […] teniendo también a su amante Teresa
Villatoro” (Pág. 43)
Previo a esos acontecimientos, en el texto introductorio
encontramos la presentación de un niño, hijo de palmeadora de tortillas,
cortadora de café, madre soltera, viviendo en la penuria rural de obrera del
campo, de hacienda en hacienda, sirviendo “para todo” a los patrones, y
cumpliendo una de sus faenas es “preñada” por don Gregorio Sandino,
hacendado y con familia respetable.
Ramón, nacido y criado entre montañas,
describe certeramente la formación síquica del individuo marginal, casi
analfabeto, creciendo en un pueblo en el inicio del siglo pasado, donde son
claras las diferencias de clase y útil el aprendizaje de la violencia machista
para subsistir, escalar, o mandar.
“Realmente,
durante su niñez no había tenido amigos, pues era sumamente violento y grosero
y, sobre todo, vulgar. Le apodaban el verdugo ya que mataba perros, gatos y
animales de toda clase por puro placer, jactándose de sus bajos instintos,
siendo encontrado en diversas ocasiones en actos inmorales” (Pág.13).
La zoofilia era común en esa época. Varias
escenas descritas en la obra determinan que la copulación con yeguas era tradicional
en las montañas y aún la experimenta el humano. El autor expone, con humor y
mofa provinciana, las apetencias primarias.
Así, Ramón une hábitos propios de un joven Sandino
pobre y sin estudios, en reiterados conflictos por y con mujeres, huyendo de la
justicia de su país y de varias naciones, obrero, viviendo y trasnochando en
lupanares y puertos, por aquí y allá, absorbiendo y exhalando la esencia de
esos conglomerados.
Sufre sintiéndose de menos por su estatura, y
le irrita tanto como por su pobreza y ausencia de poder, las secuelas del hijo
ilegítimo, del bastardo, del mozo, a diferencia de sus “medios hermanos”,
hijos de “matrimonio ejemplar”, superiores en su condición de
hacendados.
Ramón, describe así la afectación sicológica: “Codearse con gente bien vestida, “leída” y
educada lo hacía sentir menos por un arraigado complejo de inferioridad que
arrastraba desde niño, cuando fue negado por su padre y explotado en aquella
que podría haber sido su hacienda”. (Pág.25)
Ramón es narrador fluido, de la tradición
oral, con lenguaje y dichos del Centro Norte de Nicaragua, el área Ulúa
Matagalpa. Es muy hábil, no aburre, en ese panorama sanguinario gozamos con sus
ocurrencias, experimentamos pavor con sus descripciones de sadismos, reflexionamos
acerca de concepciones mesiánicas, cabalísticas, la guerra y sus ritos;
despreciamos estupideces por las cuales se engrandecen caudillos y déspotas
adorados por sus fieles.
Prófugos de la justicia, nacionales y extranjeros,
criminales en las tropas o tropa de criminales, cínicos proclamando representar
al pueblo, mientras lo obligan a entregar sus vacas, sus alimentos, sus
ahorros, de lo contrario lo despellejan con latigazos, y de todos modos violan
a hijas, patronas, y empleadas, queman los ranchos y las cosechas.
Una tras otra voy leyendo ávido las escenas
narradas acerca de la guerra enfrentando al imperialismo, la intervención
despiadada de soldados yanques y guardias nacionales. Riadas de sangre entre
pinares y montañas, terror, muerte, abandono de fincas, desolación, economía
destruida, migración.
Acontecimientos reales -muchas veces referidos
en la historia sólo como Parte de Guerra- son ilustrados con detalles
minuciosos en la escritura, internándonos en el pensamiento interior y el
ambiente de un campamento de campesinos mestizos e indígenas armados en la
nebliselva y en la selva.
Para mantener disciplina, sus soldados teman traicionarlo,
reclamarle o contradecirlo, el iletrado jefe montañés brindaba trato déspota y
fusilaba, y en la narración es reiterado como característica de un caudillo
empecinado en ser presidente del territorio de Las Segovias, la costa Caribe, y
León.
Asimismo, era permisivo con su destacamento para
que le fusen leales, el general Pedrón Altamirano era el más querido, fiel y aguerrido,
un personaje que en estas páginas muchas veces aparece dejando caer su filoso
machete ensangrentando por donde cabalga, saciando sus obstinaciones sexuales, carcajeándose
y hartándose.
De ahí las violaciones por doquier, la
jactancia por las vilezas de arrancar o partir cabezas de un machetazo, fusilar
o disparar teniendo como blanco a una persona amarrada.
El general Sandino daba el ejemplo firme tirando
a matar, impasible al clamor de la víctima. Aunque como decía la mamá de Francisco Ramón, en
ocasiones había “Rasgos de bondad en el malvado”.
Al parecer, ese trance magnánimo le nacía
después de fumarse un cigarrillo que él mismo liaba y le causaba risa
consumirlo y lo relajaba entre aromas de incienso y ruda, según leí varias
veces.
Esa figura era supersticiosa con la comida, el
vestuario, el calzado, los signos de la naturaleza, el crepitar del fuego, el
vuelo de las lechuzas, el canto de pocoyos, las cartas del Tarot, creía en
cábala y hechicerías, nació en zona de brujas y brujos, se inició con sectas
esotéricas – y nos lo advierte constante.
La novela histórica puede conducirnos a la
distorsión de acontecimientos, también la historia creada por académicos es deformada;
relatar historias bélicas bulle en esta sociedad de matanzas, un tema
recurrente y ordinariamente parcial.
Sin embargo cuando el interés radica con base
a pruebas documentales, comprobaciones testimoniales, y vivencia personal, la
novela histórica, como esta de Ramón, es valiosa para la deliberación y
verificación, un punto de partida creíble útil para -de esa cultura- analizar
sus resultados en la actualidad.
Ángeles Endemoniados, además es título apropiado en el recurrente
belicismo nicaragüense que siempre se ha dicho es entre el bien y el mal, entre
ángeles y demonios. Y la zona norte de Nicaragua perenne escenario.
Muchos aspirantes al poder o gobernantes en el
poder proyectados como redentores, o ángeles salvadores, y por su naturaleza eran
y son “verdaderos diablos y verdaderas diablas” - de acuerdo con la revelación
de este tratado que novela una perspectiva de la verdad.
Sábado 26 octubre 2019
Rincón de los Suspiros Agónicos
Matagalpa
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Siempre nos vendieron una historia distorsionada
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