lunes, 18 de noviembre de 2019

Me amenazaron ¡Otra vez!

En una de las caminatas cívicas de abril 2018.

¡Vas a ver jueputa tranquero te tenemos en la mira!

Fue el berrido del hombre flaco, blandiendo dedo señalándome, encima de la moto detrás del conductor gordo, ambos sesentones con chaqueta militar verde camuflada, sin casco, con gorra. Tapada placa de la moto negra. Pistolas ocultas.

Los escoltaban, diez metros atrás, otros dos viejos hombres obesos en motocicleta con camisetas negras propagando rostros de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que pasaron y nada vociferaron, sus facciones tensas y odiosas sólo me vieron.

Mi gesto burlesco tal vez no lo identificaron, en su mente mi expediente es el de un enemigo para aniquilar, asesinarlo, callarlo. Mi currículo en El FSLN será acaso de alguien a quien consideran peligroso.

Me amenazan a las 12:45 del mediodía, domingo diecisiete de noviembre del año dos mil diecinueve, veintiocho grados centígrados, en la esquina noroeste de catedral, cuando yo sudado camino rumbo a la segunda ronda celebrando  el cumpleaño cincuenta y uno de los pocos y más cercanos amigos,  socio periodista superior diseñador productor del Centro de Comunicación y Estudios Sociales (Cesos).

Desafortunadamente no pude asistir a la misa de seis meses memorando el asesinato en prisión de Eddy Montes Praslin,  oficiada en la Santa Iglesia San Felipe Apóstol de Molagüina, a las nueve de la mañana, donde, me dicen en la calle cuando salgo, paramilitares apedrearon el templo sitiado por policías.

Escucho la sentencia mortal del paramilitar en moto e inmediato pienso que mejor no se encuentra en mi cintura, apretada por el pantalón, la 38 de tambor calibre corto, gato escondido, con balas explosivas, o la 3:57 que empuñaba a mis 16 años, o el Garand que aprendí a cargar sin herirme el dedo gordo de la mano derecha cuando ingresaba el parque de tiros  y al centro blanqueaba distante a 300 metros, o el AK 47 plegable soviético que durante la guerra, de los mil novecientos ochenta, colgaba la correa en mi clavícula en el primer escalón de la defensa en frontera sangrienta, para defenderme como reportero en zona de combate, amenazado de muerte.

No quiero matar a alguien, soy pensante. No me asustan las bravuconadas de sicarios. Conocí a paramilitares antes, comandados por Nicolasa Sevilla, en los años sesenta, cuando infante escuchaba sus ataques a periodistas, sin imaginar en esa época que yo optaría por mi nada rentable y muy riesgoso oficio periodista.

Fui testigo de la masacre del 27 de enero 1967, vivía en esa zona de catedral y avenida Roosevelt.

Debacle política no extraña, fui espectador del pacto  firmado por el General de División Anastasio Somoza Debayle (liberal) y el (conservador) doctor Fernando Agüero Rocha, el acuerdo llamado Kupia Kumi.

Sesenta y dos años he vivido, casi cuarenta como periodista, observando la muerte y la desgracia, escuchando la ofensa y la estupidez; al mandador y al patrón he visto y saludado conociendo sus concepciones arcaicas, atrasadas, desfasadas, deplorables.

De hazañas bélicas no hablemos, conversemos argumentando y proponiendo, balazos no asustan, matar no es desconocido en nuestra sociedad, sin embargo esa cultura, ese concepto sanguinario es burdo.

Así que ustedes poderosos leales a Daniel y Rosario, quienes me conocen o han leído les reitero que no callaré; ustedes son quienes ordenan a sus fuerzas de choque que actúen según las concepciones e intereses de ustedes emanan.

La muerte no me atribula, me aterra perder la libertad de pensar y escribir, y ustedes gobernantes jamás lograrán silenciarme, jamás ante sus amenazas  dejaré de pensar, escribir, y publicar los sucesos de esta Nicaragua donde nací sin ser nicaragüense. Aunque me maten físicamente no desaparecerán mis escritos inconformes con el sistema construido por la sociedad.

Jamás volveré a portar arma. Me sustento en cerebro, papel, lápiz.

Domingo 17 noviembre 2019 - Matagalpa, Nicaragua.



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