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Yorlen Ruiz. Sicóloga. Nicaragua. |
Lic. Yorlen Ruiz
Sicóloga
Egresada de la Universidad
Centroamericana UCA, Nicaragua.
En Nicaragua, la salud mental sigue siendo una de
las áreas más ignoradas y estigmatizadas del sistema de salud pública. A pesar
de que el país ha atravesado profundas crisis sociales, políticas y económicas
en los últimos años, hablar de depresión, ansiedad o suicidio continúa siendo
un tabú.
Esta indiferencia institucional y cultural ha contribuido al agravamiento de una emergencia silenciosa que afecta, principalmente, a jóvenes, mujeres y poblaciones vulnerables.
Según datos recientes, menos del 25 % de la población tiene acceso a servicios de salud mental, y solo el 1 % del presupuesto público de salud se destina a esta área. Aún más alarmante: el 90 % de ese escaso recurso se concentra en el Hospital Psiquiátrico Nacional, ubicado en Managua. Esto significa que más del 60 % de los municipios del país carecen por completo de atención psicológica o psiquiátrica. En otras palabras, si alguien en un pueblo rural sufre una crisis emocional, tiene que sobrevivirla solo.
El problema no solo es la falta de acceso, sino también el estigma. Hablar de salud mental en muchas comunidades todavía se asocia con "locura", debilidad o castigo divino. La cultura del silencio, el machismo y la normalización del sufrimiento impiden que muchas personas busquen ayuda. Esto se agrava con la falta de campañas educativas, políticas escolares preventivas y profesionales capacitados, que son apenas unos pocos por cada 100 000 habitantes.
Uno de los datos más escalofriantes lo aporta la tasa de suicidios: en 2020, Nicaragua alcanzó su cifra más alta en una década, con 344 muertes autoinfligidas. El Ministerio de Salud, sin embargo, ha dejado de publicar cifras oficiales desde hace años. Esta opacidad institucional no solo impide dimensionar el problema, sino que revela un patrón de negligencia que tiene consecuencias letales.
La salud mental no puede seguir siendo tratada como un lujo o un tema secundario. No se trata solo de construir más hospitales psiquiátricos, sino de crear redes comunitarias, capacitar personal en salud primaria, incluir psicólogos en las escuelas y, sobre todo, romper el silencio.
Mientras sigamos ignorando el sufrimiento mental de nuestra población, especialmente de los jóvenes, estaremos construyendo un futuro con cimientos frágiles.
La salud mental no es un privilegio. Es un derecho humano.
24 julio 2025.
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