 |
Sergio Simpson y Verónica Rosil en El rincón de los suspiros agónicos. Matagalpa |
.
Hace años ansioso esperaba este libro y su
creadora, acá en Matagalpa donde ella ha compartido reciprocidad afectiva y
epistémica.
Mi avidez incrementó cuando leí dos cuentos:
Minerva, es uno, y Quitando dolores, el otro. El primero gozoso y espeluznante,
el segundo sensible y cruel. ¡Contraste insólito!
Me impresionaron tanto, como lector
aficionado, que los disfruté poseído no por ente maligno sino por la atracción
literaria, libando a leves sorbos el vino de la anfitriona, en el ordenador de
su autora observando mi reacción, y la confabulación de inusual apacible
silenciosa noche fresca en Managua permanente calurosa bullanguera.
Supe que mi espera sería larga, aunque
varias veces, en el transcurso de ese tiempo, impulsivamente apremié a
Verónica. Luego de cada excitación posesa me apaciguaba, volvía a la razón que
me reprendía recordándome que este cúmulo de cuentos ella trabajaba con
precisión, como debe ser, opuesta a quienes se apresuran anhelantes de publicar
desestimando el rigor; lejos de egolatría.
Recibir un libro siempre gratifica, y más
cuando es producto de amigo o amiga que ha dedicado horas de estudio,
disciplina, empeño, en esa labor que pocos privilegiados emprenden
disfrutándola con ardores, trastornos, y regocijos, en una sociedad
desestimulante con escasos compradores lectores.
El pasado sábado veintiuno, Los fantasmas
de una dama vino a mí, percibí energía vital. Dos manos gigantes brotaron
del ejemplar abierto, afables me atrajeron y zambulleron en otra realidad que
dejó de ser ficción porque la observé y me conmovió. Había transcurrido una
semana con salud decaída que me hizo pensar debo escribir narrativa de mis
varias vivencias enfrentando la posibilidad de morir, en este país de perenne
dolo.
En mi alto nivel de existencialismo, debido
a casualidades del destino que jamás me ha interesado auscultar, me llegan
estos in-verosil-miles relatos de terror y asco, de vida y muerte, de
angustias y placeres, amorales y eróticos, pero sobre todo breves y agudos.
“La santa: Andaba de casa en casa predicando
los defectos de su vecina, hasta que una envidiosa lora, le arrancó la lengua.”
Es patente el trabajo de filigrana, la
paciencia con imaginación inaudita y emociones vibrantes para construir
bellezas aun con repugnantes episodios figurando espectros, hedores de cuerpo
putrefacto, larvas y cucarachas; y los miedos que suscitan a creyentes de
aparecidos y desaparecidos, hechicerías, vampiros y demonios.
Polifacéticas sus construcciones, al extremo
logrando jocosidad con el pánico:
“En una calle oscura […] el vampiro le salió
por delante y al morderle el cuello, sucedió lo más vergonzoso […] se le
desgajó la dentadura […] tuvo que asumir su condición de jubilado.”
Y agrega “El otro: Mientras el vampiro
observa a su presa por la ventana, el zancudo se posaba en su cuello.”
Extravagancias escénicas de Verónica no son
únicas, pero se ubica exitosa entre narradores de textos horrendos por su
contenido y meritorios por su inventiva y prolijidad.
La versatilidad de la escritora se reafirma
con este cuarto libro publicado, diferente y similar a los otros con los
cuales, he concluido, fue capaz de manar ternura para infantes con cuentos en Aventuras
y Travesuras Silvestres (2009), y más dulzura escurriendo por su piel sin
trapos con sus poemas en Luna Desnuda (2013), y en Arrecifes (2016)
proyectando límpida su figura grácil bajo la luminosidad satelital entre
espumas.
En sus párrafos encontramos abundante amor
agitado, la efervescencia de la entraña, la fragilidad romántica, incluso en
este escalofriante compendio:
“El Minotauro suspira por su amada. Sentado
como una roca observa las flores, las montañas; las mariposas se posan sobre
él, huyen al oír su respiración, su acelerado latido. Se cansa, sigue llorando
la tragedia. “No pude evitarlo” dice, en lo que se limpiaba los colmillos con
un huesito femenino.”
Magistral con más sentimientos delirantes:
“Filántropo: Tanto amor le tenía a los seres
humanos, que se volvió caníbal.”
No falta el comportamiento de la gente, los
absurdos, las sañas, discriminaciones, egos, ínfulas, brutalidad, y pasión, descabellados
tan bien hechos que promueven expectativas.
Verónica Rosil, nos motiva la curiosidad de
conocer el desenlace, ese final inesperado asombroso que nos dejará
incertidumbre, quizás temblando insomne bajo la sábana, con luz encendida;
podría engendrar pesadillas.
También es posible que al concluir el libro terminemos
implorando a un ser apetecible que nos abrace la sonrisa y con irradiación de tenue
lámpara de noche disfrute estas orales descripciones escabrosamente
maravillosas capaces de motivarnos a emitir suspiros agónicos propios de este
recinto.
Sergio Simpson
Viernes 10 diciembre 2021
Rincón de los suspiros agónicos
Matagalpa
Foto: Cortesía de Alfonso Fernández
Labrador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario