Foto cortesía: Jorge Eduardo Mejía Peralta
Imagine usted a cientos de personas,
machete en vaina colgado del cinto y sólidos maderos usados como bordón, siendo
ofendidas verbalmente por guardias amenazantes impidiéndoles el derecho a movilizarse
hacia la capital para reclamar cívicamente sus derechos, y que no respondan con
violencia, en un camino de una zona montañosa del trópico húmedo, luego de
haber viajado varias horas a pie.
Con más de dos años viviendo
incertidumbre, van a ser obligada a vender su finca a un precio desconocido,
sin certeza de hacia dónde nuevamente enrumbarán su vida ahora estable
construyendo presente, dedicados a garantizar futuro familiar.
Los más viejos participaron o
padecieron durante la guerra de los años ochenta y -un cuarto de siglo después
de finalizada- vuelven a sentir la coacción de Daniel Ortega quien en aquélla
época tuvo gran responsabilidad en el reguero de sangre, destrucción, miseria, desarraigo,
y de nuevo se encuentra gobernando -como me dijo un campesino- “arriándolos otra
vez a la confrontación”.
“Veya amigo, pa levantar una finca
hay que pararse duro… hay que joderse… no es así nomás”, eso he oído y
comprobado durante años en mis vivencias rurales. Es lógico que un campesino se
resista a abandonar lo que ha construido y el sitio donde “después de tanto
rodar” al fin se ha asentado, no está dispuesto a “recular el camino” y buscar
dónde comenzar con un “puñito de riales” que le van a dar a cambio, que a lo
mejor ni servirá para reiniciar como lo merece.
Debido al reclamo pacífico, miles de
policías, tropas especiales, paramilitares, masas fundamentalistas, garrotazos,
morterazos, pedradas, dispuso Ortega, ahora con su esposa cogobernante de facto,
para impedir el arribo de más de cinco mil campesinos y campesina que viajaron más
de doscientos kilómetros pretendiendo llegar tranquilamente a la asamblea de
diputados a pedir la derogación de la ley de concesión del canal interoceánico que
los desalojará de sus fincas.
La mayoría de inconformes habita el
sureste de Nicaragua -cuenca del lago Cocibolca y costa Caribe-. Algunos iniciaron
la movilización desde el domingo 25
de octubre, otros el
lunes 26, a pie, montados, en bote, para abordar camiones, buses, y estar
en Managua el martes 27, manteniendo la calma, aún en peligro de muerte por
asedio de fuerzas armadas y paramilitares gubernamentales, en más de siete
retenes que les obstaculizaron el paso y poncharon llantas a vehículos
arrojándoles metales con puntas.
Cincuenta y ocho protestas,
organizadas por el Consejo Nacional para la Defensa de la Tierra, Lago y
Soberanía Nacional, precedieron esta manifestación, dos de ellas nacionales, oponiéndose
a ser desarraigados de sus comunidades.
La pareja gobernante de Nicaragua, y
sus seguidores que repiten, aseguran que la obra sacará a país de la miseria en
la cual vive la mayoría de nicas. Sin embargo, estas personas habitantes en la
zona de la pretendida ruta canalera no confían en que a ellos les beneficiará
la venta de sus propiedades.
No voy a relatar los acontecimientos
en Managua, ni a la incertidumbre, ni al malestar, están suficientemente
documentados, sino a la actitud demagoga del presidente y su esposa, pues el
lema -que reiteran hasta el cansancio- de amor, paz, reconciliación, trabajo, no
lo cumplen, comprobado está que nada más se asocian con el gran capital
nacional y extranjero, y son permisibles con sus fanáticos.
Ortega es el mismo represor
Pero, algunos de los estilos de
gobernar de Ortega no son nuevos. El otrora guerrillero preso político, cuando en
1979 asumió la coordinación de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional emuló
a su antecesor, el último de la dinastía Somoza.
El FSLN quiso imponer el partido
único, impidió la participación ciudadana fuera de su control, las protestas
reprimió con ejército, policía, y paramilitares, las confiscaciones de fincas no
se limitaron a la familia Somoza sino que incluyó a quienes disentían, y por
otras razones conocidas el país continúo en guerra con decisiones acertadas e
incorrectas, cuyo escenario principal fue la zona rural, incluyendo el
territorio que ahora los campesinos dicen no abandonarán ni a la fuerza.
Ortega perdió las elecciones en 1990 -no
dejó de ser el candidato presidencial del Frente Sandinista de Liberación Nacional corrompiendo al partido-
y en la campaña electoral del 2006 pidió perdón “por los errores
cometidos”, prometió que de ganar gobernará para toda la nación, se convirtió
al cristianismo, se casó y lo bendijo el cardenal católico su antiguo enemigo,
y se abrazó con otros antagónicos que lo combatieron con las armas, vistió
camisa blanca.
Sin embargo Ortega es el mismo
represor, con otras acciones: corrupción descarada de su familia y allegados,
alianza con el gran capital -nacional y extranjero- y con políticos opositores
prebendados, sindicatos neutralizadores de las luchas, y entrega de dádivas y
empleo a los pobres a cambio de lealtad
absoluta y veneración.
Obreros y campesinos han sido
reprimidos por reclamar derechos que no convienen al sistema feudal imperante,
un sistema nada diferente al que ha existido históricamente en el país, aunque
algunos opinan que es peor que los antecesores, con los cuales coincido. Daniel
Ortega no dialoga con obreros y campesinos, viola los principios históricos de
la lucha libertaria sandinista.
Es perverso, concede impunidad a sus
fuerzas militares y paramilitares para mancillar, herir, asesinar, amenazar,
capturar, desaparecer; usa al Estado para condenar a quienes reclaman sus
derechos.
La marcha campesina, véala en videos
y fotos, demuestra la prudencia de trabajadores interesados en superar el
pasado de miseria y guerras; no quisieron romper el cerco a cuatro kilómetros
de su destino así como no pretendieron enfrentarse a quienes a lo largo de la movilización
se lo quisieron impedir.
Es probable que usted, indignado o
indignada, diga que los miles de campesinos debieron romper el cerco policial y
de paramilitares que les impidió llegar al edificio de los diputados a entregar
su demanda, o les comprenda que no desean más guerra, pues quien sigue
promoviendo violencia es el demagogo y perverso matrimonio presidencial
fascista.
Lamentablemente, tarde o temprano, el
país volverá a sublevarse con las armas porque el sistema no les reconoce el derecho
ciudadano, porque en Nicaragua no existe un Estado de Derecho, y peor con la decisión
de Daniel Ortega y Rosario Murillo de mantenerse en el gobierno, dominando
todos los poderes del Estado, obviando el reclamo histórico de no reelección, y
organizando fraudes electorales.
29 octubre 2015
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