sábado, 16 de abril de 2011

Si buscamos el bien común, la política debe ser un escenario de diálogo y debate

Con Douglas (Izq) y Roberto.

Comentarios al libro: “Reflexiones críticas desde el sandinismo”

Roberto Stuart Almendárez

Cuando Sergio me invitó a participar en la presentación de su libro “Reflexiones críticas desde el Sandinismo” me sentí contento y profundamente agradecido. Primero, porque conozco a Sergio desde hace 25 años y esta sería una oportunidad para reflexionar sobre sus ideas políticas. Segundo porque me da la oportunidad de hacerlo en Matagalpa, la ciudad donde nací y donde viví los mejores años de mi infancia y mi juventud. Tercero, porque me da la oportunidad de compartir con amigos y conocidos, personas a quienes guardo aprecio y cariño. Y cuarto, pero no menos importante, porque me da la oportunidad de compartir, por primera vez, un espacio como este con mi padre, el profesor Douglas Stuart Howay.

Sergio no anda con muchas vueltas y dice lo que piensa sin dificultad. En el libro se destacan varios hilos conductores de su pensamiento político. Si me lo permiten, quisiera comentar cinco de ellos:

Primero. Que la lucha por los derechos económicos y sociales, no puede hacerse a costa de sacrificar los derechos civiles y políticos de la ciudadanía, ni a costa de comprometer la laicidad del Estado, el Estado de derecho y cualquier otra conquista propia de la democracia republicana.

Segundo. Que aunque dentro del FSLN quedan los símbolos y la liturgia de los años 80, se está vaciando su sentido revolucionario, en la medida que el partido responde a personas y no a estrategias colectivas –en lo que podría ser el inicio de una dinastía-; y que sus estructuras (Asambleas, Congresos) carecen de contenido y de capacidad deliberante.

Tercero. El peligro que representa el culto a la personalidad de dirigentes vivos en la forja de un partido revolucionario en detrimento del legado de los mártires; que se supone deben ser el faro que ilumine las tareas del presente y contribuya a orientar la conducta de sus militantes.

Cuarto. Que resulta inaceptable que un militante revolucionario, para favorecer la victoria de su partido, violente la voluntad popular, impugnando o amañando resultados electorales.

Quinto. Que no puede verse como normal que mientras el FSLN en su regreso al poder se presenta como una propuesta socialista y solidaria; es visible el repentino enriquecimiento de importantes cuadros y dirigentes.

Al margen de si estamos o no estamos de acuerdo con todos o algunos de estos hilos conductores y otros argumentos que Sergio presenta en los 35 artículos que forman parte de este libro, quisiera destacar lo que para mí es un hecho de enorme relevancia. Que al escribir este libro, Sergio está ejerciendo su derecho a tener un criterio y una voz propia. Al mismo tiempo que reivindica su adhesión al sandinismo, se opone a quedarse preso de los designios oficiales, porque él defiende el sandinismo como una causa y no como la obediencia a un dirigente.

Entre muchos otros méritos que Sergio tiene, quiero destacar el de no haberse prestado a ser caja de resonancia ni de la aburrida propaganda oficial, ni de la superficial publicidad de los sectores pudientes tradicionales, que cuestionan todo cambio por el temor a que eso signifique la pérdida de sus privilegios.

Ser una persona así, y sobre todo, ser un periodista así, tiene sus costos. Quienes ostentan el poder económico y político, cobran esta independencia limitando el acceso a los recursos y a la información. Sin embargo, da gusto y sirve de ejemplo cuando alguien prefiere mantenerse fiel a sus convicciones y a su manera de ver el mundo, antes que comprometer sus principios y callar.

Porque debemos reconocer que vivimos tiempos en que las cosas no han sido ni son fáciles para las personas como Sergio, que han hecho de la crítica aguda un ejercicio cotidiano, que se oponen al autoritarismo y que denuncian a quienes en nombre de causas justas se han enriquecido sin pudor.

Podría decirse que Sergio ha engrosado un viejo ejército de luchadores sociales que no aceptan que haya contradicción entre derechos económicos y libertad. La revolucionaria marxista Rosa Luxemburgo, lo definió de manera magistral: “La libertad, sólo para los miembros de gobierno, sólo para los miembros del Partido, aunque muy abundante, no es libertad del todo. La libertad es siempre la libertad de los disidentes. La esencia de la libertad política depende no de los fanáticos de la justicia, sino de los efectos vigorizantes y benéficos de los disidentes. Si "libertad" se convierte en "privilegio", la esencia de la libertad política se habrá roto”.

Eran tiempos en que la izquierda se debatía en un intenso debate teórico. Simplificándolo al extremo, podríamos decir que a un lado estaban quienes proponían un modelo de revolución dirigida por un partido único encabezado por líderes imprescindibles, y ejecutada por un tendido de organizaciones de masas, satélites del partido, que facilitaban la conducción de la sociedad y el control y sometimiento de quienes pensaban diferente. Del otro lado, estaban quienes creían posible un socialismo emancipador del ser humano, desburocratizado y respetuoso de las minorías. Un socialismo en manos de la gente, no de caudillos infalibles ni de burocracias partidarias.

Han pasado cien años desde entonces, pero debemos reconocer que en el mundo y en Nicaragua, este debate aún sigue vigente.

Es común que algunas personas justifiquen su pasividad frente a los abusos del poder, bajo el argumento de que no vale la pena luchar porque las cosas al final no cambian. En lo personal, prefiero sumarme a ese otro estilo de vida que representa Sergio Simpson, el de los inconformes que luchan porque las cosas se hagan correctamente. Porque, como decía José Saramago: “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”.

No hay que minimizar el hecho de que las personas como Sergio sean o seamos una minoría. Margaret Mead, la famosa antropóloga estadounidense que nació y vivió en los momentos más convulsos del siglo pasado, lo dijo de manera contundente: "No duden jamás de la capacidad de tan solo un grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos para cambiar al mundo. De hecho siempre ha sido así".

El único camino para que las sociedades mejoren y puedan ofrecer oportunidades para todos y todas, es que sus ciudadanos defiendan y amplíen sus derechos. Atrás dejamos los tiempos coloniales en que los indios, esclavos y serviles vivían de los favores de los poderosos. Ahora somos ciudadanos, somos sujetos de derechos y no objetos de favores, y es nuestro deber ejercer esa condición.

El rol de Sergio es doblemente importante. Al mantener viva su voz, sirve de referencia para quienes tienen una voz propia que no han querido despertar. Al fomentar la pluralidad de ideas y pensamientos en el debate político, empuja al debate en un terreno –la política-, cuya esencia es el diálogo y el intercambio de las ideas, como mecanismo para encontrar las mejores soluciones para el ejercicio del gobierno. Solo el debate y el diálogo pueden hacer que la política se oriente hacia el bien común. Porque el diálogo reduce las posibilidades de que nos equivoquemos al momento de identificar las verdaderas prioridades que tiene la sociedad. Por eso sería terrible el futuro de Nicaragua, si fracasa una política dialogante y se imponen las tendencias que quieren convertir la política en un espacio para monólogos, consignas, dedazos y aclamaciones.

Esto que hace Sergio desde su condición de periodista, exponer abiertamente sus ideas, someterlas al rigor de la crítica y defenderlas, es una manera de defender sus derechos ciudadanos. Y eso es lo que todos debemos hacer como individuos y como miembros de nuestras organizaciones sociales: mantener y ampliar nuestros derechos ciudadanos.

Debemos hacerlo por nuestro bien y por el bien de Nicaragua. John Keane, un politólogo australiano que ha dedicado su talento a profundizar sobre la importancia que tiene la sociedad civil para la democracia y viceversa, lo describió de manera premonitoria: “Una sociedad civil auto organizada, pluralista e independiente es un requisito indispensable de la democracia. Quien promueva la unificación de sociedad civil y Estado pone en peligro la revolución democrática. Un poder estatal sin obstáculos sociales es siempre peligroso e indeseable porque estimula el despotismo”.

Felicidades Sergio por esta nueva obra y mi gratitud por darme la oportunidad de acompañarte y celebrarlo.

Gracias amigas y amigos por su amable y generosa atención.

Matagalpa 8 de abril del 2011

1 comentario:

  1. ¡ Felicitaciones !

    Conozco demasiados que se conforman con lo inaceptable...

    Muy atentamente,

    Paul Cloesen

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