Soy mujer… desde chiquita tengo esa identidad, me gustaba jugar con muñecas, me pintaba la cara y las uñas con los cosméticos de mamá y me ponía sus sandalias y zapatos tacón alto contorsionándome al caminar.
Cuando crecí ayudaba lavando peroles, en el molendero, barriendo y lampaceando, después en la cocina. Los hombres de la familia me reprochaban diciéndome que esos oficios eran para mujeres. Me gritaban que yo soy güevón y me pegaban.
En la escuela primaria también sufrí como consecuencia de mis modales delicados. En sexto grado me apegué a un compañero del aula, era dos años mayor que yo, no puedo asegurar que me gustaba o que me enamoré, pero me sentía protegida. Era el único que no se burlaba, bien machito me defendía a golpes de quienes me atacaban con palabras y puños.
Durante mi adolescencia fue más evidente y público el rechazo, la burla, y las ofensas. En los pasillos del instituto me manoseaban el trasero, algunos en el aula se atrevían abrazarme desde atrás y restregar su cilindro en mis nalgas, con espectadores aplaudiendo y gritando obscenidades.
De esos abusos no olvido el que me marcó. En segundo año de secundaria pedí permiso a la profe, me fui al baño de varones, y cuando estaba orinando en la pileta alguien me agarró por detrás, sentí su grosor grande moviéndose en mis glúteos, su mano agitando mi pene hasta que me hizo explotar sintiendo un cosquilleo por primera vez mientras él emitía quejidos. Era un hombre mayor, tuvo que limpiar el líquido en la bolsa trasera de mi pantalón y ordenarme que me sacara la camisa para ocultar la humedad.
Jadeando me dijo que saliera primero, después que agarrando mi cremallera me besó la boca introduciéndome su lengua caliente y salivosa.
Sábado 7 mayo 2022
Nota: Fragmento de un escrito acerca de la vivencia de una chica transgénero, cuya identidad me reservo.
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