sábado, 22 de enero de 2011

Anabel: Poeta en silla de ruedas

Escribe poesía y pinta.

Desde los seis años en silla de ruedas.

Fue abandonada en una cama de hospital.

Ha sufrido humillaciones, hambre y rechazo.


¿Cómo hace Anabel para no perder la alegría de arreglarse? Se preguntan quienes conocen su vida, y exclaman inmediato: !Otras por menos de estas cosas que le pasan se suicidarían¡

Anabel Velásquez, a los seis años de edad fue abandonada en una cama de hospital, desde entonces jamás ha dejado de batallar para vencer traumas provocados por: los daños físicos (a causa de la enfermedad) y las miradas, palabras y actos de seres malvados.

Sufrió fiebre reumática. Ella recuerda que en esos días “Era triste, a los otros niños los llegaban a ver al hospital, a mí no. Lloraba mucho”. El sufrimiento crece cuando los doctores le dicen que debe usar silla de ruedas “Me asustaba. Odiaba a la silla”. Por su mente pasa el panorama del pasado cuando “corría por el campo y jugaba con las aguas del río, contenta con la naturaleza”. Nació en Sébaco y se crió en Matiguás, poblados de Matagalpa.

Crece en medio de gente desconocida. En el hospital “Aldo Chavarría” le enseñaron que todo se ganaba. Ella “les ayudaba” a enrollar las gasas de enfermería, y “le regalaban uno o dos córdobas diario”. Era 1979.

Cuando sale del hospital la llevan unos parientes, la golpean y exigen que calle sus sentimientos “como que no era ser humano”. Se volvió tímida. Su figura fue rechazada. De su imagen sólo veían la pequeñez de su cuerpo. Jamás lograron ver su grandeza interior.

“La gente me rechazaba, creía que no podía llegar a ser algo en la vida. No me veían como niña normal”. Entonces se encerraba en su cuarto “a orar y escribir, a sentir que dios me escuchaba y estaba a mi lado. No quería existir porque sentía el desprecio”. Sin embargo, no sólo piensa en sus dolores, en su mente va construyendo su futuro.

Aprendió a leer porque sus amiguitos del barrio, que iban a la escuela, llegaban a enseñarle las vocales y el abecedario. Aprendió rápido. En esos días le regalaron una Biblia, y con El Cantar de los Cantares inició el vuelo de mariposa. Pues ella se considera mariposa de dios, específicamente “Falena de dios”.

“Le pedía a Dios una forma de superación espiritual. Yo creía que no podía ser alguien en la vida”. Pero comenzó a escribir agarrando el lápiz con las dos manos “y no sabía el significado de cada palabra”. Era su deseo escribir, pues le “daban vueltas en la cabeza muchas cosas, sensaciones, pero no sabía cómo explicarlo” y quería comunicarlas.

Estando en esa dedicación “Unos niños me regalan un diccionario que encontraron en un basurero y comencé a enriquecer mis conocimientos, creciendo en pensamiento y poesía”. No tenía lápiz y cuaderno “Y los niños me regalaban los sobrantes de cuadernos y lápices”.

“En mi vida pasan milagros. Estaba triste, no tenía recursos. Tenía hambre física y espiritual. Y un día unos extranjeros estaban comiendo sandía, en una casa enfrente, y se acercaron a regalarme sandía. Les conté de la falta de materiales y me regalan dinero.”

Compra materiales para escribir. Cuando se le terminan, “Sucede otro milagro. Se cae de un bus una caja grande, los niños se la llevan y encuentra materiales de oficina y en ese papel puede escribir poesía”.

Adolescente, quiere estudiar. Se va a la escuela Waswalí pero una maestra cubana no la acepta por su aparente discapacidad. Después llegó a ganar 10 córdobas por escribir cada carta de amor que algunos adolescentes le solicitaban para las novias de ellos.

Más tarde la nombraron con capacidades diferentes. Pero, quienes se creen normal, siguen sin ver sus capacidades superiores: Anabel escribe poemas, pinta óleos, y alimenta en su ser sentimientos humanistas como muy pocas personas.

Trabajó durante los últimos ocho años en la Fundación Santa Julia Billiard, desde cuando no tenían edificio. Se desempeñó como: recepcionista de oficina, conductora de programa radial, pintora, conferencista explicando a extranjeros los proyectos del Centro para niños especiales. “Yo sabía que abusaba de mí, pero tenía temor de volver atrás, donde me faltaba comida, un vestido, y decidí callar. Pero un día no aguanté”.

Anabel no tiene quien la sustente. Debe proveerse todo, alquilar casa y pagar salario a una muchacha que le asiste. Sin trabajo pasa calamidades, y para colmo una de las mujeres que llegó en los últimos días le robó alhajas y dinero.

Quienes valoren sus capacidades, pueden sumarse a la campaña para vender sus cuadros, publicar el libro de poemas, juntar material para pintar, dinero, conseguirle trabajo, y todo lo que pueda servirle.

Junio 2003, Matagalpa.


Anabell Velásquez

y sus “Poemas en la silla” de ruedas

Sergio Simpson

La poesía de Anabell estremece, palabra tras palabra, por su contenido individual y socialmente humano, reflexiva y retadora, desmenuzándose ella y a la sociedad, sentimientos y razones, visto y sentido el mundo desde su infancia en una silla de ruedas, y el mundo percibiéndola espécimen raro y en algunos casos hasta despreciable, aún cuando no ha faltado alguien, unos pocos seres que le brindan amor y comprensión, diferentes a la mayoría de animales humanos.

En los escritos encontramos análisis de su supervivencia, sobre su vida y la de quienes la rodean, estudia su entorno donde localiza un “no sé qué” con un alma que la mira, le habla y la traspasa y la hace vibrar, y también le ayuda a vivir y llorar.

Anabell es simbiótica a la naturaleza, y tan sensible que disfruta la sonrisa de las flores, les aprecia la belleza del colorido y su piel, el aroma y el espacio que ocupan en el universo; su percepción del viento, las estaciones climáticas, el paisaje de montañas y ríos del norte donde habita permanecen en sus versos y ella se considera mariposa: llena de tonalidades en sus alas libertarias.

Asida a su Dios, a esa interioridad convulsa y dolosa, y al continuo aprendizaje, me recuerda a Catalina de Génova, enclaustrada en su celda, cuando afirmó: “No hay más Dios que mi propio yo y no hay más yo que mi propio Dios”; pues Anabell explica haber alcanzado:

la virtud del perdón y del conocimiento

de poder hablar con mi yo interior

al mismo tiempo que ella le agradece:

(por) darme alas no de hierro, no de nada

pero sí un sueño que se aferre a mi alma

esa alma que batalla encarcelada recorriendo su pequeño cuerpo, tratando de irrumpir hacia el universo con una explosión de razones que al fin la llevan a comprender:

por qué hay melancolía

al caminar por los campos solos,

y también por qué me rechazaron

aquellos aun sin conocerme.

Es que Anabell en sus largos y recurrentes días de hambre y abandono, enfrenta al silencio y reacciona firme retándolo:

eres un oyente empedernido

de las voces de mi hambre,

y besas mi piel dormida

¡con luces como de sangre!

y en ese estadio deprimente y débil nutricional tiene la fuerza para encontrar un remanso y al silencio le indica:

vas pegado a mi vida, como si fueras mi sombra,

con un ramo de alegría y una daga en la memoria.

Fortaleza erige desde la profundidad de su evocación y construye un ramo, sí un ramo de alegría para vencer el dolor depresivo solitario, y agita sus neuronas para remover las heridas y afirma que junto al sufrimiento:

quizás tan solo hemos sido ¡bandera transitoria!

llenándose de valor para enrumbarse de nuevo por la senda de la esperanza en un ciclo que no la desbarata.

Ese curso destrucción-reconstrucción ha sido enfrentado múltiples veces, pues en otro de sus escritos sigue hablando con esa soledad y le confiesa:

¡Sabes soledad

en medio de tantas personas

sigo sintiéndome tan vacía,

y al cierre del poema, con ese potencial invaluable afirma:

y cuando en sus manos

casi soy basura de la nada

¡me vuelvo a levantar!

Ella se yergue, se reconstruye, hablando con el silencio, su acompañante, en su pequeña y pobre habitación, carente de amor externo pero rodeada de sus humildes comodidades adquiridas con su trabajo, que muy pocas veces logra y con poca remuneración económica, y la solidaridad.

Se eleva una y otra vez, permanentemente reflexiva y activa en una ofensiva contra el dolor para que no destruya su felicidad y canta:

Nací alegre

pero no llegué a la mitad de mi vida

cuando por nombre la mil

desgracias me decían

mas el monstruo del sufrimiento

no ha podido matar mis buenos sentimientos.

Esas buenas pasiones han mantenido viva a la poeta y pintora impregnada de amor cimentado por ella en todo su ser diferente, superior a quienes se consideran normales y humanos y la han visto de menos. Pues, asimismo sigue cantando poniendo en boca de un pajarito:

Yo le canto a la vida

yo le canto a la flor,

le canto a la amiga,

también al amor.

Es probable y temo que un crítico literario califique de rima trillada, o escritura sencilla la obra de Anabell, pero difícilmente la encontrará carente de verdad, e inevitablemente la observará como radiografía humana proveniente de una persona que ha existido abrazada por intensas depresiones que han sido vencidas con radiantes ternuras y sabias reflexiones.

Transitando por las calles, conduciendo su silla de ruedas a motor, olvidando su propio peligro que un conductor de automóvil la atropelle, producto de su sensibilidad y observación divisa las penurias de los niños e ineludiblemente se sacude:

Cómo me duele el alma

ver que has crecido antes de tiempo,

vendiendo dulces en los peajes,

y en las calles ya haces de barrendero.

Pero ella no adquiere un sentido lastimoso, pues Anabell ha desechado que la consideren incapaz o que la aborden con lástima, pues ella ha desarrollado y demostrado sus habilidades, por eso decidida ataca la causa de la miseria de los niños vendedores:

Todo el tiempo te han explotado

frágil y triste niño marginado,

vas luchando en la ciudad de vendedor,

y trabajas de jornalero en el campo.

Seguramente la irradiación de Anabell, sustentada en el sufrimiento y la formación autodidacta para comprender su realidad y vencer las agresiones, le han exacerbado la superioridad humana, y ve lo que muchos no quieren o no pueden reconocer mucho menos desean transformar:

En las calles deambulan sucios descalzos

con el estómago vacío. Sus cabellos no conocen

el aseo, ni el peine, más que niños

son mendigos en miniatura y más que cabellos

nidos de pájaros mal construidos.

Anabell, escribe y reflexiona mucho más que lo escrito hasta ahora por mí, pues no es mi propósito reproducirlos todos; pero finalmente no quiero obviar que nos aconseja la senda para alcanzar una vida emocional más agradable con nosotros mismos y la sociedad; nos describe cómo superar los reveses emocionales o las diferencias anatómicas, y cambiar nuestra visión o consolidarla en beneficio de la humanidad, con solo el siguiente verso:

Si tú quieres amar

o te sientes de todo agotado,

comienza por ayudar,

a los niños discapacitados.

Agosto 2009

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