Jueves 28 de octubre de 1999
Sufrí y te
admiré cuando vi tu foto en el hospital militar, prisionero de la dictadura
somocista. Ahora mismo escribiendo, evoco aquella imagen y la sensación que me
causó en aquel entonces. Es seguro que aquel día deseé no sólo darte la mano,
también abrazarte. Pero de las múltiples veces que pude hacerlo cuando eras ministro
todo poderoso, tal vez sólo en dos ocasiones fríamente estreché tu mano, por
educación.
No quise ser cortesano, tampoco
oportunista. Evité al máximo tu cercanía, rondarte, pues para mí era evidente
que muchos buscaban brillar con tu luz, sacar provecho de tus méritos
guerrilleros, y cargos.
El jueves 7 de octubre te quejas de
un ex ministro y ex embajador que no te brindó la mano. Escribes: «Me produce
cierta repugnancia esa actitud».
Mejor hubieras expresado ese
malestar cuando te loaban y acariciaban. Yo experimentaba esa repulsa cuando
veía tu satisfacción por la corte, pero no me atreví a decírtelo. Dudé que lo
aceptaras y estaba convencido que mi estatus de empleado del FSLN no me lo
permitía.
Crees que esa persona, y muchas
otras, no te saludó debido al resentimiento, o al oportunismo, o a la
ingratitud.
Pueden ser las tres cosas. Resentimiento
porque no siguieron degustando gratis los signos de la izquierda: vino y
caviar; o porque no fueron indemnizados con la cantidad de dinero que creyeron
merecer por su trayectoria, como la recibieron otros.
Oportunismo, porque cuando perdiste
las elecciones y el poder de manejar el gobierno, ya no sacarían ningún
provecho loándote y palmeándote la espalda. Ingratos, porque no agradecen que
tu gobierno, según afirmas: (les brindó) «la posibilidad de ser dueños de una
empresa, o les otorgó los inevitables privilegios de un ministerio de Estado».
Nuestras imperfecciones pueden
acusarnos a todos y ¡condenarnos! Pero, ¿será correcto abrir juicio para tirar
voces inquisidoras y demostrar la verdad? ¿Cuál, la de quien jamás cometió
errores; o la de quien erró como humano creyendo en su certeza, o no le importó
creer que no actuaba conforme los otros creen que es correcto o simulan
creerlo; o la de quien ahora menosprecia lo que ayer vitoreó y absuelve a su
propia postración culpando al sujeto venerado?
Tomás, aún no es tarde para
comprender la resultante de tus actos. Yo sigo dándote la mano, solamente por
educación y así jamás me veré envuelto en disputas palaciegas.
Matagalpa.
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