martes, 28 de mayo de 2024

HOMBRE SUFRIENDO

 

En un suceso extraño, muy extraño, involuntario me impliqué una semana atrás y no logré esclarecerlo ni sacarlo de mi cabeza.

 Ese día aprovecharía treinta dólares cobrados por un pequeño trabajo, facilitándome un leve alivio. Salí de mi encierro a imprimir el último libro concluido, para corregirlo en papel.

 Legajo en mano fui por cerveza bien fría, a sentarme en una taberna donde frecuento debido a la excelente atención, concentrado en las palabras, sin enterarme del entorno con pocos bebedores y música tolerable a bajo volumen programada por la administración de buen gusto.

 Al poco rato escucho lloriqueo:

 - ¿Por qué me cortaste mi amor?

 Sigo atento a lo mío, en mi escenario creado, tachando y sustituyendo vocablos, inmerso en párrafos el cerebro emana felicidad. Sin embargo, posteriormente fue inevitable oír la canción sonando alto.

 ¿Por qué me abandonaste? (No sé por qué)/Si siempre fuiste mía (no sé por qué)/ ¿Por qué me abandonaste?/Si mis besos y caricias solo me hablan de ti/ ¿Por qué me abandonaste? (No sé por qué)/Quemándome la vida (no sé por qué)/ Llenando de tristeza y soledad/Cada momento que no estás aquí/

 Aparto la vista de la página, saboreo el líquido helado bajando por la garganta, con el vaso empinado, al devolverlo a la mesa disimulando observo alrededor.

 Unos tres metros más allá a mi derecha, un hombre -podría ser de mi edad- rostro apesarado, en silencio, mirada fija en celular entre sus manos. Bocina móvil de la cual brota la canción, tres litros vacíos y uno medio lleno frente a él.

 Reanudo la edición del texto, sumido en la obra no me perturba la música de cabanga, preferida del individuo. Reordeno oraciones, adecúo conjugaciones verbales jugando con ellas y el tiempo, buscando la sinonimia atinada.

Al cabo de un lapso impreciso, examino placeres narrados y me interrumpe un grito:

 -¡Mierda… no sé qué hacer sin vos, jueputa perra… estoy sufrieeeeendo!

 Inmediato vuelvo a ver al tipo, temo podría violentarse, agarrar algo y estrellarlo contra la pared, en el peor de los casos descargarse un balazo o quebrar el recipiente y cortarse los pulsos. Pero no, prosigue impasible, en la misma posición y actitud, su mente lejos de ahí, atrapado en el teléfono. Improbable haya emitido aquel alarido.

Giro mi cabeza: Dos vendedores uniformados degustan ron, charlan de su rentable labor, con cascos de motociclistas al lado; un poco más distante <flirtea> una pareja adolescente luciendo acné y <brackets>, cerca de ellos dos mujeres en similar agitación, una de aspecto varonil; me levanto a inspeccionar la sala contigua, al fondo seis universitarios, cuatro chavalas y dos varones, medio ebrios en alborozo, mochilas en el espaldar de las sillas.

En ese instante percibo anormal el acontecimiento, ¿de dónde han brotado esas exclamaciones? De ningún modo pudo ser de mi interior complacido con la escritura, mi mente zambullida en episodios trazados para el gozo.

 ¿O acaso mi subconsciente lucha para mi regreso a narraciones construidas angustiado? Aquellas, cuyo contenido logré olvidar,  jamás volví a leerlas, compiladas y diseñadas sin publicar, producto de trastornos similares a los que sospecho padece el bebedor contiguo, según deduzco por su semblante.

 Comienza a calarme cierta molestia, estoy seguro: las vibras emanan de ese sujeto. ¿De quién es la voz desconcertando mi paz y deleite con el libro entre mis manos? Esta obra me satisfizo redactando y continúa colmando de bienestar al releerla.

 De reojo observo al hombre, en el momento la queja nuevamente:

- ¡Qué cagada… no puedo olvidarte… prefiero morir… juelacienpuuuuta zorra… seguro te fuiste con tu chivo!

 A la par, retumba ranchera con la cual he visto llorar a machos borrachos: Por tu maldito amor/ No puedo terminar con tantas penas/ Quisiera reventarme hasta las venas/Por tu maldito amor/ Por tu maldito amor/ ¡Y pa qué quiero la tumba/ si ya me enterraste en vida!

 Estremece comprobar: ¡el chillido no provino de ese prójimo! Mi quietud desaparece, emerge la confusión en mi cabeza, el torbellino sanguíneo hirviendo recorre mi cuerpo.

 Disconviene seguir acá. Cancelo la cuenta de cuatro cervezas y me alejo pretendiendo sosiego en una cantina restaurante también de mi preferencia, distante seis cuadras y media. En el trayecto saludé a varios conocidos y me entretuve observando a la gente.


 Bueno, me dije, hasta allá no llegará esa energía intentando desmoronarme, pues meses atrás recurrí a mi destreza mental para no sucumbir a causa de la desilusión por un amor intenso y fugaz, y al mismo tiempo quiebra financiera. Apartaré el dinero de la comida para esta semana, pues aunque con precios más elevados podré proseguir la terapéutica modificación de la novela.

 ¡Cuán equivocado estaba!

 Reflexionando con las letras, una y otra vez me interrumpe la expresión lamentándose. Se me vuelve insoportable, dejo las hojas y me desenfreno a disfrutar cerveza y música reggae que solicité. Imagino a Peter Tosh, túnica amarilla, fumando marihuana, cantando y danzando en concierto, luego a Lucky Dube y me traslado mentalmente al escenario, y Bunny Wailer por demás espectacular.

 La amabilidad del propietario, la lindura y gentileza de la camarera tampoco fueron suficientes. Las exclamaciones trastornadas por la mujer perdida no se desvanecieron. Consumí más cervezas de lo presupuestado y no retomé la serenidad, más bien creé otro problema: el monetario.

 Convulsivo abandono el local, esforzándome con el propósito de impedir crisis intelectual, devendría en bajón emocional, sin sospechar la sorpresa donde habito.

Tras la puerta de ingreso al inmueble por el patio frontal noto tieso a mi acompañante ocasional: gato blanco. Primero, el cazador merodeaba entre la pequeña selva, en seguida se acostaba en el reducido frontal de ladrillos, bajo la sombra del techo. Con el tiempo, aunque yo estuviera viéndolo desde la hamaca, en confianza entraba a la casa y husmeaba por los rincones, se echaba en el piso cerca de mí, y después se iba. Gracias a él no hay ratones, dejaba su aroma para ahuyentarlos.

 Mi vecina buena me facilitó guantes y un saco, llamó a uno de los niños del vecindario quien ganándose unos billetes llevó a botar el cadáver. Indudablemente, los vecinos malvados a mi patio lanzaron al animal, su muerte no era reciente, tres moscas verdes merodeaban.

 Esos miserables vierten en mi jardín sus basuras y aguas del lavandero y baño. Habito en la ladera de un cerro urbanizado, aquellos aposentan en el terreno de arriba, discutiendo soez entre paredes de ripios maderables, piso de tierra, letrina y fogón de leña, friendo plátanos verdes, yuca, y maíz para venderlos empacados sin garantía sanitaria ofertándolos en las calles, parques y plazas.

 


En busca de ecuanimidad solicito a la tienda traigan cerveza. Aguzo el oído: Claro de luna. Aun con años de no fumar enciendo un puro de primera calidad. Con los ojos cerrados, en penumbra: oigo, bebo y fumo. Chopin, Stravinsky, Tchaikovsky, Beethoven, y la embriaguez me colman de paz, sin afectarme dilapidar el dinero.

Me despierta un bramido, identifico mi voz, abro los ojos y veo al hombre colgando ahorcado, y desde arriba yo mismo me observo inerte acostado, en la mesa de noche la jarra vacía y el tabaco consumido en el cenicero.

 Lunes 27 mayo 2024


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