En un suceso
extraño, muy extraño, involuntario me impliqué una semana atrás y no logré
esclarecerlo ni sacarlo de mi cabeza.
Ese día
aprovecharía treinta dólares cobrados por un pequeño trabajo, facilitándome un
leve alivio. Salí de mi encierro a imprimir el último libro concluido, para
corregirlo en papel.
Legajo en mano fui
por cerveza bien fría, a sentarme en una taberna donde frecuento debido a la
excelente atención, concentrado en las palabras, sin enterarme del entorno con
pocos bebedores y música tolerable a bajo volumen programada por la
administración de buen gusto.
Al poco rato
escucho lloriqueo:
- ¿Por qué me
cortaste mi amor?
Sigo atento a lo
mío, en mi escenario creado, tachando y sustituyendo vocablos, inmerso en
párrafos el cerebro emana felicidad. Sin embargo, posteriormente fue inevitable
oír la canción sonando alto.
¿Por qué me
abandonaste? (No sé por qué)/Si siempre fuiste mía (no sé por qué)/ ¿Por qué me
abandonaste?/Si mis besos y caricias solo me hablan de ti/ ¿Por qué me
abandonaste? (No sé por qué)/Quemándome la vida (no sé por qué)/ Llenando de
tristeza y soledad/Cada momento que no estás aquí/
Aparto la vista de
la página, saboreo el líquido helado bajando por la garganta, con el vaso empinado,
al devolverlo a la mesa disimulando observo alrededor.
Unos tres metros
más allá a mi derecha, un hombre -podría ser de mi edad- rostro apesarado, en
silencio, mirada fija en celular entre sus manos. Bocina móvil de la cual brota
la canción, tres litros vacíos y uno medio lleno frente a él.
Reanudo la edición
del texto, sumido en la obra no me perturba la música de cabanga, preferida del
individuo. Reordeno oraciones, adecúo conjugaciones verbales jugando con ellas
y el tiempo, buscando la sinonimia atinada.
Al cabo de un lapso
impreciso, examino placeres narrados y me interrumpe un grito:
-¡Mierda… no sé qué
hacer sin vos, jueputa perra… estoy sufrieeeeendo!
Inmediato vuelvo a
ver al tipo, temo podría violentarse, agarrar algo y estrellarlo contra la
pared, en el peor de los casos descargarse un balazo o quebrar el recipiente y
cortarse los pulsos. Pero no, prosigue impasible, en la misma posición y
actitud, su mente lejos de ahí, atrapado en el teléfono. Improbable haya
emitido aquel alarido.
Giro mi cabeza: Dos
vendedores uniformados degustan ron, charlan de su rentable labor, con cascos
de motociclistas al lado; un poco más distante <flirtea> una pareja
adolescente luciendo acné y <brackets>, cerca de ellos dos mujeres en
similar agitación, una de aspecto varonil; me levanto a inspeccionar la sala
contigua, al fondo seis universitarios, cuatro chavalas y dos varones, medio
ebrios en alborozo, mochilas en el espaldar de las sillas.
En ese instante
percibo anormal el acontecimiento, ¿de dónde han brotado esas exclamaciones? De
ningún modo pudo ser de mi interior complacido con la escritura, mi mente
zambullida en episodios trazados para el gozo.
¿O acaso mi
subconsciente lucha para mi regreso a narraciones construidas angustiado?
Aquellas, cuyo contenido logré olvidar,
jamás volví a leerlas, compiladas y diseñadas sin publicar, producto de
trastornos similares a los que sospecho padece el bebedor contiguo, según
deduzco por su semblante.
Comienza a calarme
cierta molestia, estoy seguro: las vibras emanan de ese sujeto. ¿De quién es la
voz desconcertando mi paz y deleite con el libro entre mis manos? Esta obra me
satisfizo redactando y continúa colmando de bienestar al releerla.
De reojo observo al
hombre, en el momento la queja nuevamente:
- ¡Qué cagada… no
puedo olvidarte… prefiero morir… juelacienpuuuuta zorra… seguro te fuiste con
tu chivo!
A la par, retumba
ranchera con la cual he visto llorar a machos borrachos: Por tu maldito amor/
No puedo terminar con tantas penas/ Quisiera reventarme hasta las venas/Por tu
maldito amor/ Por tu maldito amor/ ¡Y pa qué quiero la tumba/ si ya me
enterraste en vida!
Estremece
comprobar: ¡el chillido no provino de ese prójimo! Mi quietud desaparece,
emerge la confusión en mi cabeza, el torbellino sanguíneo hirviendo recorre mi
cuerpo.
Disconviene seguir
acá. Cancelo la cuenta de cuatro cervezas y me alejo pretendiendo sosiego en
una cantina restaurante también de mi preferencia, distante seis cuadras y
media. En el trayecto saludé a varios conocidos y me entretuve observando a la
gente.
Bueno, me dije,
hasta allá no llegará esa energía intentando desmoronarme, pues meses atrás
recurrí a mi destreza mental para no sucumbir a causa de la desilusión por un
amor intenso y fugaz, y al mismo tiempo quiebra financiera. Apartaré el dinero
de la comida para esta semana, pues aunque con precios más elevados podré
proseguir la terapéutica modificación de la novela.
¡Cuán equivocado
estaba!
Reflexionando con
las letras, una y otra vez me interrumpe la expresión lamentándose. Se me
vuelve insoportable, dejo las hojas y me desenfreno a disfrutar cerveza y
música reggae que solicité. Imagino a Peter Tosh, túnica amarilla, fumando
marihuana, cantando y danzando en concierto, luego a Lucky Dube y me traslado
mentalmente al escenario, y Bunny Wailer por demás espectacular.
La amabilidad del
propietario, la lindura y gentileza de la camarera tampoco fueron suficientes.
Las exclamaciones trastornadas por la mujer perdida no se desvanecieron.
Consumí más cervezas de lo presupuestado y no retomé la serenidad, más bien
creé otro problema: el monetario.
Convulsivo abandono
el local, esforzándome con el propósito de impedir crisis intelectual,
devendría en bajón emocional, sin sospechar la sorpresa donde habito.
Tras la puerta de
ingreso al inmueble por el patio frontal noto tieso a mi acompañante ocasional:
gato blanco. Primero, el cazador merodeaba entre la pequeña selva, en seguida
se acostaba en el reducido frontal de ladrillos, bajo la sombra del techo. Con
el tiempo, aunque yo estuviera viéndolo desde la hamaca, en confianza entraba a
la casa y husmeaba por los rincones, se echaba en el piso cerca de mí, y
después se iba. Gracias a él no hay ratones, dejaba su aroma para ahuyentarlos.
Mi vecina buena me
facilitó guantes y un saco, llamó a uno de los niños del vecindario quien
ganándose unos billetes llevó a botar el cadáver. Indudablemente, los vecinos
malvados a mi patio lanzaron al animal, su muerte no era reciente, tres moscas
verdes merodeaban.
Esos miserables
vierten en mi jardín sus basuras y aguas del lavandero y baño. Habito en la
ladera de un cerro urbanizado, aquellos aposentan en el terreno de arriba,
discutiendo soez entre paredes de ripios maderables, piso de tierra, letrina y
fogón de leña, friendo plátanos verdes, yuca, y maíz para venderlos empacados
sin garantía sanitaria ofertándolos en las calles, parques y plazas.
En busca de
ecuanimidad solicito a la tienda traigan cerveza. Aguzo el oído: Claro de luna.
Aun con años de no fumar enciendo un puro de primera calidad. Con los ojos
cerrados, en penumbra: oigo, bebo y fumo. Chopin, Stravinsky, Tchaikovsky,
Beethoven, y la embriaguez me colman de paz, sin afectarme dilapidar el dinero.
Me despierta un
bramido, identifico mi voz, abro los ojos y veo al hombre colgando ahorcado, y
desde arriba yo mismo me observo inerte acostado, en la mesa de noche la jarra
vacía y el tabaco consumido en el cenicero.
Lunes 27 mayo 2024
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