Narrativas de Fátima Villalta

Cuarentena

Erase una vez un pequeño pueblo, digo una vez porque en efecto alguna vez existió pero misteriosamente dejó de hacerlo, proliferan muchas historias al respecto y me temo que la más inverosímil es la verdadera, según sé.

En ese pequeño y remoto lugar vivió un hombre, no más que un estropajo, un espacio en blanco en el universo, digámoslo así, algo que no merecía cruzar la puerta de la vida, un miserable sin importancia o al menos eso pensaban los machos del lugar, pero pese a su engañoso y descolorido aspecto él era muy popular entre las damas del pueblo, no tenía prejuicios a la hora de amar, aceptaba cualquier mujer dispuesta a ser complacida, tenía una secreta fama de cumplidor.

Según las lenguas viperinas del lugar, el amor por él dejaba enferma a cualquier dama, deliraban entre vómitos y diarreas persistentes después de su visita nocturna. Probó a tantas y tan diversas hembras causando en todas el mismo efecto así que decidió irse y no volver jamás, pero fue demasiado tarde, ya que en ese lugar no existía mujer joven, vieja, casada, soltera o viuda, que no alucinara con una noche más, y ninguna escapó a la epidemia amorosa; fue tal la preocupación que declararon al pueblo en cuarentena mientras encontraban cura a una enfermedad que sólo atacaba al sexo femenino. Todo esfuerzo fue inútil para sanar la peste, las mujeres morían poco a poco hasta que el pueblo se sumergió en la desolación del mando masculino, los hombres lo dejaron todo porque ya no tenían nada que perder, ninguno tenía madre, esposa, amante o hija, así que no importaba hacia donde fueran.

Ninguno creería que la epidemia que acabó con sus mujeres fuese “la peste del amor”.

Recuerdos

Existen ciertas historias escritas con tinta indeleble en la memoria de mi infancia y mi abuelo forma parte de una de ellas. Nunca acepté que un hombre de apariencia tan intimidante utilizara unos lentes tan ridículos, totalmente discordantes con su aspecto, así que decidí deshacerme de ellos. ¿Por qué no? En realidad le hice un favor, nunca creí que los necesitara, le he observado y sé que mira tan bien con ellos como sin ellos o por lo menos eso noté cuando se olvidaba de ellos al mirar a la guapa vecina, nunca me arrepentí de haberlo hecho, me pareció muy divertido que me confundiera con mi hermana, que se equivocara de casa una decena de veces, o que leyera los libros de cabeza, que utilizara las camisas al revés o la ropa de mi madre, ni mucho menos cuando confundía a la vecina -y no a la guapa sino a la fea- con mi abuela, igual ella no se preocupaba en especificar quién era.

Lo extraño fue que un día mi abuelo desapareció, dicen que se fue con la vecina -para ser más específico con la fea vecina- pero antes de irse se despidió de mí y me dijo: no me devuelvas los lentes, ahora me gustan las feas.

*Novel escritora matagalpina.