jueves, 11 de junio de 2020

Bolos contra el virus


Bastante nicas invierten en recrearse, mejor decir en bacanalear. Categorizados alegres, que inventan chistes con sus propias calamidades y limitaciones; desgracias ambientales, sociales, económicas y políticas no eliminan su espíritu jocoso.

Parejas, amistades, pretendientes, solitarios, colman los bares, abiertos desde las diez de la mañana cuando inicia la romería de clientes ávidos de gozo etílico y también social intercambiando criterios, de mesa a mesa, abordando temas actuales, o degustación de comidas preferidas.

Son pocos locales que frecuento. Clientes estudiantes, profesionales, comerciantes, jubilados, finqueros, mujeres guapas y hombres machos, en las mesas contiguas los escucho hablar de vivencias amorosas, educativas, económicas, familiares, políticas, con esperanzas y frustraciones, placeres y dolos.


Llego porque me siento seguro, no habrá borrachos que peleen y me agredan, sus propietarios y quienes atienden son amables y simpáticas, me tratan muy bien; para algunas personas no soy de agrado pero no incomoda, comprendo esas exiguas valoraciones y las registro en mi cuaderno.

Visito lugares acogedores donde satisfago mi hábito de observar y anotar bellezas, y fealdades humanas incluyendo las mías. De esas travesías han florecido múltiples escenas, las cuales trato de expresar como  si fuesen reales en absoluto, con base en captación visual y auditiva; recuerdo por ejemplo:

Vestida de negro
 

El corazón late fuerte y rápido, parece que se me saldrá, cuando la veo: vestido negro ajustado a su silueta menuda. Creí sufriría un infarto, temperatura helada y manos sudando, una tarde en verano tropical.

Deslumbradora: cabello suelto largo rizado en su espalda; atenta, eficaz, desplazándose rápido por la estancia donde me siento.

Viene hacia mí, y por primera ocasión no evade mis ojos, seguro los míos brillando de contentos, los de ella directos, sin mostrar nerviosismo, más bien exhibiendo indiferencia ante mi sacudida emocional.

Porte de cortesía, rostro sereno, sosteniendo la mirada con esos ojos maravillosos, elegante evidenciando que mis vibras no la desconciertan.


En algunos centros suenan música de mi gusto -he acarreado desde adolescente la ambición de que por mis oídos entre ópera en una cantina atestada, sabiéndolo imposible; en ocasiones he llevado el disco, pero no lo soportan, inmediato protestan los presentes; en otros predominan los clamados reguetón, rancheras, y bandas norteñas mejicanas que he aprendido a oír sin escuchar, incluso cuando la mayoría de presentes cantan en coro o alaridos.

Casi nunca ingiero fuera de mi cocina. No es que mis recetas sean apetecidas, sino desprovistas de picante, grasa, sal, azúcar, vinagre, condimentos industriales, y carnes. Me abstengo en la calle para no enfermar -viviendo sólo sería catastrófico- porque no como: me nutro.

Entro al edificio y leo: “Desinfectarse aquí, por favor, cuide su salud y no escupa.” Al lado en la superficie de la barra, contabilizo cinco atomizadores, de medio litro cada uno, conteniendo alcohol gel y jabón. Es requisito de ingreso rociarte las manos. El personal se acoge al rigor sanitario, enguantados limpian mesas y sillas con trapos impregnados con esa sustancia.

Treinta y dos clientes a las 4:17 p.m. Escucho voz contra gobernantes que no orientan a la población. No todos demuestran interés en la pandemia, pocas lucen mascarillas que se las quitan para ingerir cerveza. Músicos rasgando sus guitarras, como si nada anormal sucediera.

La sinfonola -antes roconola- a elevados deciveles: (…) la sigo querieeeeendo (…) ya no quiero saber de tu vida… recordar tus besos me lastima porque te sigo querieeeeeendo. –La mayoría entona o desentona agitada, chocan vasos, salen lágrimas de cabanga estimuladas por la canción y la borrachera.

Al mesero pregunto el nombre de esa canción que levanta tantas emociones: A través del vaso.

Se desplaza una colegiala, muslos gruesos cada uno con dos hoyuelos en la parte trasera, bajo el diminuto pantalón de mezclilla; miradas también apetecen las redonditas nalgas, y de frente codician los bustos medio salidos y el descubierto ombligo. Mujeres la juzgan desvergonzada, otras le envidian el cuerpazo y su cara, los hombres la lujurian. Ella se mueve indiferente al entorno, segura de lo que muestra con naturalidad.

La siguen dos mujeres hacia el tocador. Inició la pasarela. Bidones de orines han evacuado todos los presentes. Hembras y hombres beben por igual, sin sorprernderse cuando ellas aguantan más, es usual como el acto agresor del macho beodo o la dama iracunda ebria.

“Si morimos moriremos contentos” -grita un bolo. “El guaro calienta el cuerpo y mata la pandemia… jodido” -le responde su amigo levantando una botella. “Traeme otro litrógeno” -le ordena al mesero. Sus acompañantes festejan el brindis.

Una doctora sola, a través del teléfono informa que está de compras en el supermercado, “allí voy a llegar en un rato”. Parece despreocupada de los hechos, ensimismada en asuntos a resolver, pero serena, pensativa, disfrutando su bicha. En el asiento del lado la acompañan bolsas con mercancías.

Ya vi suficiente, no me puedo arriesgar a contaminarme, es mediados de marzo, apenas el comienzo de la peste.

1 comentario:

  1. Esta pagina esta genial recorda que entre lineas tenes que publicitar tus otros libros

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