martes, 23 de junio de 2020

Hongos entraron en mí

El sábado 28 de marzo amanecieron bacterias en pies. Jamás imaginé que me postrarían en hamaca, solitario en la estancia, intensificándose las reflexiones acerca de la vida, la humanidad, y la muerte. Desconectado del mundo exterior y la catástrofe mental y corporal producto de temor y contagio al coronavirus o Covid19, la pandemia mundial.

Maleficio entró a casa, alojado en mi cuerpo. Recurro a dones aprendidos levitando a ratos para alcanzar calma ante el sufrimiento, en algún momento supuse cercenarían mis piernas o iba rumbo a morir. Razono acerca del futuro. Del pasado no me ocupo, imposible de rehacer.

En el patio frontal diario caen bolsas de plástico, aguas de lavatrastos y de gente que se bañó; en invierno ahí descienden correntadas que bajan de los cerros, hay peligro de inundación o derrumbe de las casitas de madera con letrina.


El jueves 26 compré chinelas Rolter, para el baño; en el supermercado estaban sin empaque, amontonadas con otras en un estante. Al atardecer me las puse, fui a limpiar el patio y después bañarme. ¡Estupidez la mía!

Primera vez adquirí hongos siendo periodista en el caribe norte -por caminar en fangos del litoral- desaparecieron cuando introduje los pies en creolina con agua tibia, no por muchos días, receta que un campesino me preparó, en 1983.

A mediados del 2017 durante dos meses me aplicaron químicos, cumpliendo receta médica, para erradicarlos.

No escarmiento. Debo cuidar mi piel delicada, más ahora que estoy viejo, la fortaleza es relativa a la edad, puedo ser más estoico emocional que antes, pero el cuerpo, la epidermis, no son lo mismo para aquellos embates que pasé en selvas y montañas. Tal vez reconozco la razón de mi amiga que me recomienda: Viva en urna de cristal para no contaminarse.

Cuando aquel sábado veo hongos extendiéndose veloz en los empeines, las plantas, los dedos, el lomo, y las ganas de rascarme, los cubro totalmente mezclando Clotrimazol Crema 1% y Clobetasol 0.05%. Quería acabarlos inmediato. No podían incapacitarme de manos y pies como anteriormente.

Así, voy a la calle de compras, tengo que almacenar alimentos para mi cenobio y evitar contaminarme: avena, pinolillo, galletas, arroz, pastas, miel, harinas de maíz y de trigo, aceite de olivo, sal marina, azúcar morena, alcohol, ron fuerte.

Desde el anuncio del primer caso de coronavirus el 15 de marzo, un sector de nicaragüenses comenzaron a seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, pues del gobierno no esperaban ninguna acción.
 

Personas con guantes, mascarillas: Varios taxistas, algunos buseros, bastantes motociclistas con su pasajero protegiéndose, en los supermercados el portero con mascarilla te rocía alcohol en las manos, en ciertas tiendas el personal previene, ciudadanos alertas pero en sus haberes cotidianos, otros negando la magnitud del azote, y unos pocos y pocas con posibilidad económica para cumplir cuarentena.

Quienes pueden almacenan provisiones a consumirse en uno o dos meses, no van a padecer ni tener justificación para salir a la calle, sería peligro letal, exponer a toda la familia. Un miembro que se contamine involucraría la presencia de los demás en su asistencia médica.

El encierro, no es  cualquiera quien lo disfruta. Miles padecen claustrofobia. A miles les asusta la soledad. Son contadas las familias que podrían vivir armónicas una cuarentena. Histerismos y alteraciones son causa del pavor a la muerte, saben que es inevitable pero no quieren encontrarse con ella.

Abril 2020


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