sábado, 6 de junio de 2020

Coronavirus y bacteria


EL FIN DEL MUNDO

Mi abuela mantenía su bendita y hermosa Biblia -con imágenes a colores-, pasta gruesa letras doradas, abierto el libro en su inmensa, límpida y olorosa cama; cuando infante, acostado boca abajo, apoyándome en los codos, con las palmas de mis manos sosteniéndome maxilar, leía:

APOCALIPSIS 11: 17-18: «Te damos gracias, Señor Dios, Todopoderoso […] porque has empezado a reinar […] premiar a tus siervos los profetas […] destruir a los que destruyen la tierra».

La imaginación infantil no temía, creía maravilloso ese momento -que veía lejano- porque los malvados serían destruidos. Desde entonces dije que me gustaría presenciar ese episodio, extasiado con los jinetes blandiendo espadas de fuego montados en caballos alados exhalando llamas por sus nasales.

En 1968 y 1971, hubo erupciones del volcán Cerro Negro. Desde el malecón de la capital vi elevaciones de humo y chispas, las noticias alarmaban, occidente cubierto con cenizas. No apareció en el cielo la tropa castigadora, ni la imagen de dios dirigiéndola desde el infinito.

El volcán San Cristóbal, en 1976 lanza lava, otra calamidad; pero insignificante comparada con la explosión del Cosigüina el 20 enero 1835, temblando la tierra, elevando cenizas tapando el sol en un radio de 2,500 km, cayendo para cubrir todo durante tres días de oscurana completa en la periferia del Golfo de Fonseca hacia El Salvador, Honduras, y Guatemala.

Cuando el terremoto en Managua -1972- no había cumplido quince años. Pensé que era el momento de disfrutar el espectáculo bíblico. De lejos, bajo escombros, por una abertura vi el incendio y escuché gritos plañideros.

Pero no sólo han sido fenómenos naturales destructores que puedo atestiguar. Adolescente, adulto, y viejo, he sido observador de tanta crueldad humana en Nicaragua.

Injusticia permanente, tiranos en el poder, adinerados déspotas, ignorancia y desnutrición de la mayoría de personas, huestes apoyando golpizas y asesinando para respaldar a patrones y enorgullecerse con los crímenes.

Timbucos, calandracas, liberales, conservadores, masones, socialistas, marxistas, maoístas, zelayistas, chamorristas, sandinistas, somocistas, contrarrevolucionarios, danielistas, entre todos y cada uno de ellos no han sido capaces de que Nicaragua supere estadio feudal.

Estos nicas han soportado peste tras peste, incluyendo elecciones fraudulentas de dirigentes alabados por votadores ignorantes, oportunistas, o necesitados de obtener ingresos. Han sido tantas tribulaciones por equivocaciones y muertes voluntarias de creyentes en mesianismo. Cuantiosos episodios augurando el fin.

APOCALIPSIS EN EL 2020

El hecho de que el año sea 2020 no vaticina misericordiosos pronósticos en el planeta.

Ahora, en marzo, en el pueblo donde vivo la gente habla de coronavirus. La plaga mundial anunciada en las pantallas noticiosas; algunos esgrimen explicación religiosa, otros comparten comunicación basura, ciertos distribuyen información científica; y se diserta de política y economía.

La exégesis con base en Apocalipsis -tal y como yo pequeño veía el fin de la sociedad - prolifera entre expertos en temas bíblicos judeocristianos, y la feligresía se dispone a orar permanente encomendando a dios a su familia y la humanidad.

“Hay mucha gente mala… ese es castigo de dios” -advierte la anciana encorvada que compra en la tienda del barrio.

Es cierto -responde la propietaria que despacha- que se haga la voluntad de dios, hay que orar, yo todos los días estoy con el Santo Rosario antes de irme a dormir, y eso que termino cansada.

“Ojalá se lleve en el saco a ese montón de zánganos corruptos que ya van aprovechar la desgracia para sacar ganancias económicas y políticas” -interviene un joven con cara seria y voz grave, que posteriormente durante la charla se identificó como del grupo opositor Azul y Blanco.

“No hay que desearle mal a nadie mijo… ni a tu pior enemigo… el Señor los castigará” -razona la anciana – yo he vivido plagas, guerras, aluviones, tempestades… uuuuuuhhh cuanto no he sufrido, y siempre me he encomendado a Papa Chú y la virgencita… mi vida la he llevado recta sin hacerle mal a nadie… y ni me hice de hombre para no caer en pecado… y aquí me ve… ando por los noventa de edad.

Eso mismo opino yo -salta la chavala con pinta de estudiante universitaria- si una se pone en las manos de dios y cumple con sus mandamientos no hay nada que temer. Pero, no crea, oséa, que no debemos protegernos… dejárselo todo al Señor… hay que aplicar las recomendaciones médicas mundiales.

Ya que este gobierno no decreta emergencia nacional -interviene el joven- nosotros debemos cuidarnos y en el barrio todos protegernos… esta pandemia nos lleva en el saco.

La conversación apocalíptica me recuerda mis anhelos de niño: Presenciar el fin del mundo, el retorno de Jesucristo, la resurrección de los muertos, y a quienes van directo al infierno.

Dejando atrás la aspiración pueril, adolescente surgió la interpretación sociológica e histórica científica de la destrucción humana, la siquis del comportamiento dañino, la herencia genética en el pensamiento, y el conocimiento de hecatombes habituales en el planeta.

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